Los altavoces socialistas ya han establecido la verdad oficial, el análisis definitivo sobre la vergonzante crisis de los peperos: hay un renovador, un centrista, un moderado, de nombre Mariano Rajoy -casi progresista-, achuchado por los perros de la caverna, por el sector duro, ese que perpetra sacrificios las noches de luna llena y mastica cristales rotos. Un poner, Mayor Oreja.

La verdad es que tiene una cierta coña eso de calificar a don Mariano como renovador, pero dejemos eso. A fin de cuentas, la línea marianista coincide ciento por ciento con la de Zapatero: la clave de la política española consiste en introducir a los nacionalistas catalanes en el Gobierno de España. En responsabilizarles con la gobernación del país, algo que al espíritu catalán, siempre aquejado de cierto complejo de inferioridad, le encanta. El verdadero nacionalista catalán no quiere conquistar Barcelona, sino Madrid. Se puede pactar con los catalanes, piensan ZP y Rajoy, pero no con los nacionalistas vascos que se han echado al monte.

En cualquier caso, lo que desea la caverna del PP es, precisamente, renovar a su líder, a Mariano Rajoy, al que consideran quemado, un estupendo jefe de la oposición... que jamás llegará a presidente del Gobierno. Al parecer, alguien está confundiendo renovación con ratificación.

El problema del PP es que la pugna se está dando entre la derecha progre de Rajoy y Gallardón frente a la derecha nacionalista cuyo único valor es la unidad de España. No es la lucha de renovadores contra conservadores, sino la lucha ente dos cavernas. Ambas andan a oscuras, porque han olvidado los principios que han forjado, tanto la esencia de España como el cuerpo electoral del Partido Popular, y que no son otra cosa que los principios cristianos; perdón, del humanismo cristiano.

Las dos cavernas mantienen esas ideas modernas que, al decir de Chesterton, no son más que las meras viejas ideas cristianas que se han vuelto un locas.

Enfrente nos encontramos con un ZP crecido por la inoperancia de la oposición y el control que ejerce sobre lo políticamente correcto y sobre los grandes centros editoriales. Como el chaval va sobrado, puede seguir ejerciendo esa cursilería chirriante, que en Estados Unidos o en Francia supondría su entierro político pero que, no me preguntan por qué, obtiene aplausos. A lo mejor es que somos un país de horteras.

Recuerden, el mandato de Zapatero comenzó con el ansia infinita de paz y ahora estamos en el diálogo hasta la extenuación. Diálogo tan peculiar como el talante -por detrás y por delante- porque aunque respetuosamente intercambien pareceres hasta la extenuación-, ZP ya le ha advertido que el final de tan tolerante como extenuante diálogo es... el Estatuto de Guernica.

Dos cosas diferencian a la izquierda de la derecha española:

2.La izquierda dialoga pero nunca cede, mientras que la derecha no dialoga nunca pero no hace más que ceder, especialmente en sus principios fundadores, que no son otra cosa que los principios cristianos.   

2.La izquierda suma, la derecha resta. Lo demuestran las elecciones del 9 de marzo: ZP introdujo en campaña a Felipe González -que le consideran medio tonto-, y no ha parado hasta conseguir convertirle en un nuevo Giscard DEstaing de la construcción europea, al tiempo que recuperaba a su archienemigo por la Presidencia del Congreso, algo parecido a la Vicepresidencia norteamericana. No eres nadie pero está en primera línea de sucesión al trono.

Rajoy también tuvo su oportunidad: Bastaba que hubiera fichado a Rodrigo Rato como número dos y Alberto Ruiz Gallardón (¡qué horror!) como número 3 y habría arrasado: en las urnas y con los principios fundacionales del PP. Pero lo segundo, ¿a quién le importa?

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com