Si tan preocupados están el Partido Popular y el PSOE por la familia ("tradicionalmente concebida", que diría el portavoz del Gobierno, Eduardo Zaplana), deberían leer el discurso de Celestino Migliore, observador permanente del Papa ante Naciones Unidas, con motivo del décimo aniversario del Año Internacional de la Familia, celebrado durante la XLII sesión del Comité de Desarrollo Social.
Es verdad que la familia necesita antes definiciones que subvenciones. Por eso, Migliore comienza definiendo a la familia como la unión íntima y complementaria de un hombre y una mujer.
Me gusta más lo de complementario, no porque sea menos importante que lo de íntimo, sino porque tiende a ser más olvidado hoy en día, quizás por la obsesión de colocar al tercer sexo en todos los palcos. ¿Alguien ha reparado, en plena y absurda guerra de sexos, en que entre el hombre y la mujer se da una plena complementariedad fisiológica y psicológica? Porque ya se sabe que la defensa de la ley natural no radica en complicados argumentos filosóficos y bases antropológicas, sino en el sentido de la vista. La ley natural se muestra en la naturaleza, como su mismo nombre indica, en lo que vemos cada día y quizás por ello olvidamos a cada momento: en la complementariedad física entre hombre y mujer, que físicamente forman una unidad, un todo. Esto no lo podía decir Migliore ante el Comité en la ONU, así que lo decimos aquí.
Sociedad de amor y solidaridad, dice Monseñor. Muy cierto. Pero, y tampoco es este lenguaje para una Asamblea de la ONU, Chesterton lo traducía así: la familia es una célula de resistencia a la opresión. Y añadía: el único aventurero que queda en el mundo moderno es el padre de familia.
En efecto, el hogar es el único sitio donde al hombre se le mide por lo que es, no por lo que aporte. El hogar se rige por el derecho, no por la ley; por la entrega, no por la justicia distributiva. En cuanto se atraviesa la puerta de la calle, entonces comienza a regir la ominosa norma de la contraprestación.
Y no sólo eso. La familia, y volvemos a Chesterton, es un voto, un compromiso. Lo que ocurre es que el mundo moderno ha perdido el sentido del voto, pero sin voto y sin compromiso no puede haber progreso. Toda la solidaridad colectiva y todo el libre mercado se funda en una serie de compromisos, sea para formar una empresa, para prestar un servicio o para asumir un empleo. El matrimonio es el voto por antonomasia, en el que uno no entrega nada, sino que se entrega a sí mismo. Si ese voto falla, o simplemente se sustituye por un compromiso a tiempo parcial, entonces todo los votos, matrimoniales, sociales y económicos, se van a freír espárragos, porque dejan de tener sentido.
Migliore afirma que la familia es la base de la cohesión social. La crisis de la familia, dijo Migliore, supone la desintegración social y sus efectos se dejan ver, por ejemplo, en el incremento de la delincuencia. Muy cierto. Pero el problema no es que algunos hijos de familias destrozadas se dediquen a la delincuencia: el problema es que la inmensa mayoría de los hijos de familias destrozadas sean unos infelices. Eso tampoco podía decirlo Migliore. En España, Monseñor Reig se ha atrevido a recordar la relación evidente entre 'despelote' sexual (como creo haber recordado antes, lo de 'despelote' es mío. Monseñor Reig es obispo, y, por tanto, habla de los frutos de la revolución sexual, pero estamos diciendo lo mismo, oiga usted) y violencia doméstica, y le han crucificado.
Y se quedó corto, porque la crisis familiar siempre termina en crisis económica generalizada. Romper el vito, sea separarse, divorciarse, abandonar el cuidado de los hijos o simplemente matarlos antes de que nazcan, no empeñarse en la fidelidad al voto contraído... es carísimo para los perjuros (toda ruptura matrimonial, formalizada o no, es un perjurio), para quienes les rodean y para toda la sociedad. Reparen en que aquellas sociedades donde la familia funciona, son capaces de aguantar la miseria durante periodos dilatadísimos de tiempo. Por el contrario, aquellas otras donde la solidaridad familiar no funciona, el gasto público acaba por vaciar hasta los erarios públicos mejor pertrechados. Algo de eso es lo que está ocurriendo en la Unión Europea y en Japón. Ni crisis monetaria, ni crisis laboral, ni crisis financiera: crisis familiar.
Por último Migliore habla de aplicar los principios de subsidiariedad y solidaridad. En efecto, PSOE y PP deberían saber que lo que pueda hacer la familia no debe hacerlo el Estado. Por ejemplo, la cada vez mayor intromisión del poder judicial y del Parlamento (a través del BOE) en la vida familiar (patria potestad, relaciones maritales, etc.) amenaza con ocasionar un serio problema social.
Y solidaridad. Porque a los padres de familia que tienen hijos la sociedad les maltrata: pisos pequeños, viviendas caras, urbanización acelerada, salarios bajos. Todo está pensando para convertir a los padres de familia, no en los últimos aventureros románticos (eso siempre lo serán), sino en verdaderos héroes siempre al borde del precipicio. Y a eso no hay derecho. Todo en esta sociedad está pensando para no tener hijos. Cuando el Estado ayuda a la familia, no está dando limosna, está cumpliendo su deber de justicia con quien aporta, por de pronto, a los futuros contribuyentes y a los futuros paganos de las pensiones de todo los solteros viejos que se negaron a criar hijos.
Eso sí podía decirlo Monseñor Migliore... y lo dijo.
Eulogio López