Sr. Director:

La celebración histórico-cultural del Bicentenario de la Guerra de la Independencia nos deparó el Viernes, 25-4-08, dos sonadas sorpresas:

- La Vicepresidenta Primera del Gobierno Español, Dª. Mª. Teresa Fernández de la Vega, refiriéndose al libro de Miguel Artola Los Afrancesados (Alianza Editorial. Madrid), con que obsequiaba a periodistas en Madrid, no sólo elogió a aquéllos, identificándose con ellos, sino que incluso les identificó con el Gobierno del que forma parte, por sus ideas reformistas y avanzadas (sic).

- El Alcalde de Madrid, Sr. Ruiz Gallardón, en la inauguración de la exposición municipal sobre el 2 de Mayo, y haciendo referencia a un comentario hecho horas antes por Dª. Esperanza Aguirre, en la inauguración de otra exposición semejante de la Autonomía madrileña (cuyo verismo le hacían parecer reales los fusilamientos representados), dijo que en tal revuelta no se mató a ningún aristócrata (sic); sin advertir que, atacando así a su oponente política, contraponiéndola al pueblo llano, podría dar a entender que se disculpaba la actuación francesa.

Tanta admiración, de nuevo cuño, por los afrancesados, causa espanto, y más si lo ponemos en relación con el auténtico desastre, político-cultural-educativo, que vienen sufriendo Las Españas, en los últimos años. A menudo suele confundirse a los Ilustrados españoles que, verba volant (las palabras vuelan), acogieron las ideas de la Ilustración, antes de que las tropas Napoleónicas entraran en España, con los afrancesados españoles, que fueron aquéllos ilustrados que colaboraron con el Nuevo Orden (¿les suena?), que se implantó en España tras la entronización de José I Bonaparte por su hermano Napoleón.

Fueron, pues, estos colaboracionistas, que no todos los ilustrados, como reitero, quienes, en número de entre l6.000 y 20.000 personas (y, entre ellos, Goya), abandonaron España tras la huida de José Bonaparte, pasando a Francia,... por miedo a las represalias del resto de los españoles, que fueron los que lucharon contra los franceses, y/o sufrieron en sus carnes la muerte, el hambre, y la destrucción, que el francés trajo a España. Entre los ilustrados que no quisieron colaborar con los franceses, por auténtico patriotismo, merece ser destacado Jovellanos, quién así se lo expresó a su amigo, el afrancesado Cabarrús, en célebre carta (Obras Completas de M.G. de Jovellanos. Tomo IV. Págs. 345-346. BAE. Madrid), rechazando el ofrecimiento en tal sentido que le hiciera el segundo; y precisamente serían éstos ilustrados, pero patriotas españoles, quienes promulgaron la Constitución de Cádiz de l.8l2, de inspiración británica (con respeto a la Monarquía, y a la Iglesia Católica), que no francesa.

Otra cuestión es que dicha Constitución fuese promulgada en una España en vacío de poder, lo que significó un auténtico Golpe de Estado liberal contra el Régimen tradicional español, con lo que no comulgó desde un principio gran parte de los españoles.. Pero, en lo que a menudo también coinciden todos los admiradores de los afrancesados (neófitos, y clásicos), es en su tradicional desconocimiento, ó falta de distinción, entre un Napoleón Bonaparte, victorioso general a las órdenes de la República, y el posterior Napoleón, entronizado a sí mismo como Emperador (en un auténtico quítate tú para ponerme yo), conquistador y dominador de Europa, que es el que entró en España. Igualmente, alaban a un José Bonaparte, Rey de España impuesto, por sus teóricas reformas y defensa de las artes y las ciencias, pero olvidan a un Ejército Francés, que robó y esquilmó España a conciencia, retirándose con un botín inmenso (excepto el que, en su huida, tuvo que abandonar a la fuerza por el camino), y especialmente olvidan los millones, de entonces, en oro, joyas, y valiosísimos cuadros y esculturas, que se llevó, en persona, su admirado Pepe Botella (aunque en realidad no bebiese, y le gustaran tanto las mujeres).

Dejémonos, pues, de admirar tanto al/lo francés, que tanta desgracia trajo a España, que perdió (con sus Pactos de Familia), entre otras, definitivamente, su condición de Gran Potencia, en beneficio, sucesivo, de Francia, y de Inglaterra, las consecuencias de cuya Revolución, madre de todos los ismos, no solo ensangrentaron entonces España y Europa, sino que llevan ensangrentando, desde hace más de 200 años, todo el Mundo; librémonos de la última hija de ésta, la doctrinaria asignatura de Educación para la Ciudadanía; consagrémonos en que la Juventud Española aprenda la auténtica Cultura, representada, fundamentalmente, por las clásicas asignaturas de Humanidades; y pensemos que, cuando los hombres se creen Dioses, suelen terminar de dos formas: como Icaro, que quiso tocar el Sol con la mano, y acabó estrellándose, ó como alguno de los ismos, antes dichos, que, apelando a la Libertad, a menudo tiranizan y esclavizan, cuando no asesinan, a sus pueblos.

José Luis Temes Ortiz de Hazas

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