Sr. Director:
El concepto mismo de la actual democracia liberal, tal y como hoy lo entendemos, sólo ha podido desarrollarse dentro del pensamiento que conocemos como el humanismo cristiano.
Ninguna religión, ninguna civilización o pensamiento político, llegó nunca tan lejos como llega la palabra de Cristo en el amor y en el reconocimiento del prójimo, sea este adulto, menor, anciano, mujer, varón, blanco, negro, francés, nigeriano, ignorante o sabio.
Nadie propuso jamás que se amase incluso a quienes nos odian, y mucho más fácil que eso es, para un cristiano, amar a quienes simplemente no piensan como nosotros. Pero ello no implica que los cristianos seamos demócratas.
Por lo mismo, solo una sociedad con raíces cristianas puede sustentar un sistema político demócrata. ¿Cómo, por ejemplo, una sociedad mahometana, que cree que la mujer vale justamente la mitad de lo que vale un hombre, va a aceptar que el voto de una mujer, sí vale lo que vale el de un hombre? ¿Y como va a aceptar un musulmán el voto de un converso del Islam al cristianismo, cuando muchos no le reconocen ni el derecho a vivir? Pero aun así, los cristianos no somos demócratas (tampoco liberales).
Y no somos demócratas, porque la democracia moderna (igual que el liberalismo), en gran medida heredera del cristianismo, recoge de este, esa maravillosa idea de que todos somos iguales. Pero se olvida de terminar la frase: Todos somos iguales a los ojos de Dios. Y aun más, también se olvida de profundizar en ella: Puesto que todos somos hijos de Dios, todos somos verdaderamente hermanos ¡y hemos de tratarnos como tales! Incluso por encima de las leyes humanas.
Y ese es el problema por el que la actual democracia liberal no funciona correctamente y está condenada al desastre: porque aun partiendo en sus inicios, como hemos visto, de un planteamiento cristiano, estúpidamente niega a Cristo, aun siendo Cristo precisamente la fuente de la que ese planteamiento nace.
Es como esperar ver engordar y madurar los frutos de un árbol, cuando le has cercenado todas sus raíces: Pasado un tiempo, los frutos se pudren sin madurar. De igual manera, nuestras actuales sociedades democráticas producen frutos podridos: Aborto eutanasia, injusticia social, paro, desintegración familiar, individualismo atroz, degradación sexual, amoralidad pública… ¡incluso el mismísimo nazismo, dio a luz en la más culta de las democracias europeas!
He aquí la paradoja: La democracia liberal, al prescindir de la fuente espiritual que la permitió nacer (el cristianismo), es realmente un árbol sin raíces.
Y los cristianos no deberíamos haber ensalzado jamás a las actuales democracias, precisamente por eso, porque sabemos que no están asentadas sobre roca.
Como ha dicho recientemente Monseñor Demetrio Fernández, obispo de Tarazona, "Sin Dios, el hombre no tiene futuro". Y la democracia, por supuesto, aun menos.
Efren Pablos
e-pablos@proyecta.net