1. El primer problema de don Baltasar Garzón es que es un ególatra. Por eso todos los casos susceptibles de ser televisados acaban en sus manos.

2. El segundo problema es que es un progresista, es decir, un sectario. Para él sólo existen los buenos y los malos. Por ejemplo, los malos son la España que ganaron la Guerra Civil y los buenos los que la perdieron. No hay término medio.

Magnífica simplicidad.

3. El tercer problema, quizás derivado del primero y el segundo, es que don Baltasar adolece de la virtud de la ecuanimidad. De hecho, debe ser la principal virtud de todo magistrado. Si alguien le enjuicia es por enemistad manifiesta, pero cuando es él quien juzga no admite dudas sobre su rectitud de intención.

4. El cuarto problema, consecuencia de los tres anteriores, es que se siente impune. Y la impunidad no es buena condición para un juez. En ese sentido no se pierdan el magnífico artículo de Cristina López Schlichting, que nos devuelve la memoria: Fue Garzón, en virtud de su problema número dos, quien cerró el caso de la investigación sobre los crímenes de Paracuellos, lo que evoca a un nada arrepentido Santiago Carrillo.

No es el único caso parado por Garzón especialista. No sólo en crear sumarios, sino también en destruirlos. Así, fue Garzón quien asumió el recurso contra la intervención de Banesto presentada por Pérez Escolar contra el Santander. Primero se apresuró a aceptarlo a trámite, luego lo fagocitó.  

Como decía el gitano de la conseja (anécdota racista, no lo olvidemos) cuando arrastra a su renuente, terca, imposible acémila, para venderla en el mercado: ¡Y que tenga yo que decir que tú eres güeno!

Eulogio López

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