Los clásicos hablaban del Carpe Diem, no como fijación en el presente para evitar la nostalgia del pasado y para preparar el porvenir de nuestros hijos sino como un acto de desesperación propio de quien quiere apurar esta vida, cada segundo, antes de precipitarse en la nada. O como decía Guareschi: El tiempo es mercadería de ciudad, donde un infeliz se afana por no perder ni un minuto sin darse cuenta de que, actuando de esa forma, pierde toda una vida. O lo de San Juan de la Cruz: No hay prisa no hay amor, donde hay amor hay tiempo para todo.
Pero no nos desviemos, el panteísmo ecologista actual, en el año de la Tierra, ha pretendido remedar a su gran enemigo, el dogma cristiano, con la Carta de la Tierra, que ellos mismos califican como el nuevo Decálogo. Y al igual que los alcaldes catalanes ofician bautizos y primeras comuniones laicas, los chicos de la Naciones Unidas y curas rebotados como Leonardo Boff adornan a la madre Tierra, con lo que se hace realidad el viejo dicho castellano: ¡La madre que nos parió! No dejen de leer la apasionante crónica de Noticias Globales.
Eulogio López
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