Benedicto XVI ha incidido en la radical doctrina sobre la inmigración que ya dejó patente Juan Pablo II, el único líder mundial en solicitar la apertura de fronteras. Ante el nuevo embajador de Marruecos ante la Santa Sede, Alí Achour, Benedicto XVI afirmó que los inmigrantes no pueden ser considerados como mercancía o simple fuerza de trabajo, que es a lo más que llegan las políticas europeas de migración, basadas en las cuotas de emigrantes según las necesidades laborales.
Eso sí, Benedicto XVI ha recordado al representante marroquí que los estados deben respetar la libertad religiosa: Para los creyentes, como para todos los hombres de buena voluntad, el único camino que puede conducir a la paz y a la fraternidad es el respeto de las convicciones y de las prácticas religiosas ajenas, para que se garantice realmente de manera recíproca a cada uno en todas las sociedades la práctica de la religión libremente elegida. Palabras que tienen un alcance especial pronunciadas ante un país con más de una décima parte de su población residente en Europa, que supone le paso de inmigrantes ilegales africanos al sur de Europa. Por otra parte, Marruecos es uno de los países árabes donde, sin alharacas, puede esperarse que los cristianos sean respetados por el conjunto de la población y por las autoridades. Insisto, sin alharacas, pero es lo más que puede esperar de un país musulmán.