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Rajoy arroja la toalla frente al fraude fiscal… pero no renuncia a subir impuestos. El ratismo ha sido expulsado del PP.
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Florentino se hace moro o por qué las cosas marchan mal.
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Eucaristía en Palermo: el problema no es la inmigración.
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Sed de Dios.
Esta no es la historia de Mariano Rajoy, tampoco de su todopoderosa vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, ni de su ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, sino de Rodrigo Rato, actual presidente de Bankia y desde 1996 hasta 2004 vicepresidente del Gobierno Aznar.
Empezando por el final: Rato no hubiera aceptado la amnistía fiscal del Gobierno decretada el viernes 30 de marzo por el actual Gobierno Rajoy, cuyos miembros fueron subordinados suyos. Si de algo estaba convencido el responsable de la Hacienda del PP es que se trataba de reducir impuestos –lo hizo poco que conste- pero no de violar la ley fiscal. Los progres se rasgan las vestiduras ante la amnistía fiscal del PP, es decir, ante la rendición del Estado de Derecho ante el fraude –eso y no otra cosa es una amnistía fiscal- pero lo cierto es que las amnistías fiscales más sonadas de la historia democrática española las protagonizaron los socialistas –especialmente Miguel Boyer y Carlos Solchaga- quienes se rindieron ante el defraudador en la batalla contra el fraude. Pero Rato no: Rato no hizo amnistías fiscales. Es de agradecer: ¡Tres hurras por Rato!... aunque sea por una sola vez y sin que sirva de precedente.
Por eso, la elusión fiscal no decrece: no hay forma de convencer al defraudador de que se avenga a cumplir con sus obligaciones fiscales cuando el horizonte futuro es de que, antes o después, el Estado se rinde y cede.
De hecho, la política fiscal española, con gobiernos de izquierdas y de derechas, es de rendición ante las grandes fortunas y de ensañamiento tributario contra autónomos, pymes y familias, es decir, contra el débil, bien cogido por todos los ángulos. Contaba ayer el ensañamiento contra la peluquera emprendedora… y ahora resulta que el millonario radicado en paraísos fiscales podrá regularizar su situación… pagando un 10% de lo que debe.
El ratismo ha muerto en el PP: es una pena.
Florentino se hace moro o por qué las cosas marchan mal
-¿Qué es esto? –preguntó el soberano
-Una capilla.
-Lo siento –aseguró el Rey-. Nuestra ley prohíbe capillas cristianas en la tierra del Profeta.
Hubo un silencio, pero el mandamás de los petroleros no dudó más allá de unos pocos segundos. Cogió una goma y borro el edificio religioso. Se terminó el problema.
Lo mejor vino luego. Cuando se hubieron marchado, el rey comentó a sus cortesanos:
-Occidente no tiene futuro alguno.
Y el monarca tendría mucha razón: Occidente estaría muerto si fuera cosa de cristianos, pero cuenta con un arma secreta: un Dios que sabe cómo salir del sepulcro.
Pero esta no es la historia del Rey Faisal, sino la historia de un occidental de éxito, Su nombre, Florentino Pérez, presidente del Real Madrid y de la constructora ACS. Resulta que don Florentino ha firmado un acuerdo con uno de los Emiratos Árabes Unidos para la construcción de un resort de lujo. Las nueve copas de Europa se merecen eso y mucho más.
Ahora bien, los árabes, no de Arabia Saudí, sino de un pueblo, han debido soplarle a Florentino que el escudo del Real Madrid (ver imagen) posee una minúscula cruz, lamentable símbolo infiel que no quede figurar en ningún resort de lujo por muy occidental que sea su arquitectura y muy tontos sus inquilinos.
Dicho y hecho, no será don Floro quien pierda un negocio por una futesa semejante. Se ha inventado un nuevo escudo, sin cruz, sustituida por –creo- una especie de paloma de la paz tan hortera que podría haberla diseñado cualquier paniaguado de la movida madrileña.
Faisal tenía razón. Con gente como Florentino lo menos que se puede decir es que la civilización occidental y cristiana está en decadencia.
Eucaristía en Palermo: el problema no es la inmigración
Pero Palermo representa muchas más cosas. Por ejemplo, representa la Italia pobre, es decir, el Occidente pobre y desesperado.
¿Dónde se nota la pobreza? En la abundancia de basura, que lo inunda todo. El síntoma más evidente de pobreza, no lo duden, son los residuos urbanos.
Sicilia es, además, un pueblo sin Estado. La anarquía es buena pero la anarquía no existe. Lo más parecido que existe a la acracia es la familia tradicional, donde no rige el poder sino el amor.
Y entonces sucede que la gente que suspira por la anarquía reclama un orden, el que sea, y la cosa acaba en que el principal aeropuerto de Sicilia se llama Falcone-Borsellino, los dos jueces que pagaron con su vida la osadía de encarcelar a los grandes clanes mafiosos que habían usurpado el papel del Estado.
Pero la historia de Sicilia es algo más: Sicilia es un pueblo cristiano paganizado, vivo reflejo de lo que ocurre en Occidente. Durante mi estancia en Sicilia me costó encontrar una misa, en día laboral, en el tumultuoso universo de la zona portuaria de Palermo. Curioso porque la riqueza artística e histórica de Palermo son sus templos.
Al final, una mujer me indica un pequeñísimo colegio-capilla, hundido en una calleja donde se mezclan indios, africanos, árabes y, digámoslo de una vez, los occidentales viven a la defensiva. Viven a la defensiva, no por causa de la inmigración sino porque han renunciado a su identidad, que es identidad cristiana. Ejemplo: ya ante la Iglesia de Santa Ana –que así se llamaba la capilla perdida- pregunto a un vecino y me dice que está siempre 'chuisa', cerrada.
No me extraña el error del vecino: las habitantes de la iglesia son cuatro monjas, cómo no, franciscanas, ancianas, que sigue celebrando misa todos los días, a las 7,30 de la mañana.
Cuatro mujeres encantadoras que reciben al desconocido con una sonrisa y que, antes de la Eucaristía, rezan sus preces de alabanza en medio un barrio degradado, universo de la basura. Pero a la misma sólo asisten las cuatro, una anciana, una mujer de avanzada edad y el abajo firmante. Y entonces es cuando hasta mi mente obtusa y mi inteligencia espesa comprenden la crisis de Occidente.
Pero nunca se sabe. La historia está llena de conversiones masivas a partir de gente que contagiaba el amor de Cristo con una sonrisa de afecto. Mientras esperaba la apertura del templo, acierta a pasar por la calleja inmunda un negro altísimo, delgadísimo, con aire etíope. Las monjas poseen una hornacina con la imagen de Santa Ana y su hija, la Niña maría. Entonces el presunto etíope se parece y musita una oración, entre basura y residuos. Luego sigue su camino, intuyo que hacia cierto trabajo de subsistencia.
Que no, que el problema de Occidente no es la inmigración masiva desde el Oriente o el sur impecunes; el problema es que los cristianos somos muy poco cristianos y que los horarios de las eucaristías, lo más importante que ocurre en Palermo y en cualquier otro lugar de la urbe y el orbe, sólo es conocido por una anciana y sólo es practicado por cuatro religiosas, viejas como el mundo, un par de acólitas, un turista y sí, un viejo cura oficiante.
Por lo demás, todo está en regla en el mundo.
Sed de Dios
El militar se explayó: nunca había entrado en una iglesia. En la escuela le habían repetido la cantinela del "Dios no existe". Sin embargo, "yo siempre supe que Dios existe y ahora quiero aprende algo sobre Él".
El hombre que contaba esa historia era, cómo no, uno de los dos protagonistas de la historia, que luego sería conocido como Juan Pablo II. Nunca olvidó a aquel hombre educado en el más severo ateísmo y que, sin embargo, sentía ansia de Dios, de aquel Dios que no existía y cuya añoranza, al parecer, ninguna doctrina, ideología, ciencia o sabiduría había logrado suprimir.
¿Confundimos los deseos con la realidad? No lo creo. Como recordaba Chesterton, "intentan utilizar nuestro anhelo por Dios como prueba de que Dios no existe. Como si el hambre fuera la prueba que demostrase que Dios no existe".
Stalin no logró apagar la sed de Dios. El consumismo capitalista tampoco. Porque al final, tan cansino resulta Stalin como el consumismo satisfecho.
Es la historia misma del mundo actual, es decir, del mundo de siempre, del de ahora mismo.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com