Afortunadamente tenemos a Baltasar Garzón para que nuestros escolares aprendan historia de España. Y así, tras pedir datos a la Iglesia y alguna que otra abadía sobre los presuntos asesinados por los franquistas ahora, supongo que para compensar, exige actas de los tribunales especiales creados por la República.

Claro que aquí topamos con el mismo problema: una de las características de asesinato por motivos políticos o religiosos -los que se perpetraron durante la II República y Guerra Civil españolas- es que son alegales. Si un puñado de falangistas fanáticos entraron en un pueblo -las tropas regulares sublevadas eran mucho más respetuosas- y, al margen de todo juicio, realizaban una matanza, es posible que no queden vestigios de la matanza en los archivos parroquiales.

De la misma forma, lo de menos son los asesinatos en los Tribunales republicanos, una verdadera gota de agua en el océano de matanzas de la II República. No, lo malo es que el propio régimen, por muy democrático que fuera, formó una simbiosis con "los incontrolados", hasta el punto de que no se sabía dónde terminaba uno y dónde comenzaban los otros. Buen ejemplo de ello es el asesinato de Calvo Sotelo, perpetrados por un grupo donde se mezclaban guardias de asalto, milicianos y matones de la escuadra de guardaespaldas, y algo más, creada por Indalecio Prieto (el moderado Prieto tuvo a sus órdenes más asesinos profesionales que el radical Largo Caballero).

Otro ejemplo de mezcla entre lo público y lo privado a la hora determinar con el adversario político: la cárcel modelo, de donde salieron tantos autobuses hacia Paracuellos del Jarama (uno de los "supervisores" del proceso era un tal Santiago Carrillo, tan homenajeado por el Zapatismo).

Y cuidado, porque los asesinos sin juicio fueron muchos más numerosos en la democrática zona republicana que en la autoritaria zona franquista. Las barbaridades contra cristianos, militares y gentes de derecha a cargo de los incontrolados marcaron una época. En esas circunstancias, ¿qué es lo que busca Garzón, además de popularidad?

Y no lo duden, la Transición había concluido con Felipe González, pero ZP y don Baltasar la han resucitado. Y no terminará hasta que la progresía actual no reconozca que fueron algo más que unos "incontrolados" quienes perpetraron las fechorías por simple cristofobia.

Mientras tanto, seguiremos llevando a los oscars a "Los girasoles ciegos", una película muy profunda, donde un republicano, que es el bueno, vive oculto en un piso con su señora, que está muy buena, y que se hace pasar por viuda. En esas va un cura -tenía que ser un cura canalla- y se siente irremisiblemente atraído por la viuda falsa y maciza verdadera. El cura es un hipócrita, claro está, siempre atento a los pecados de la carne -sean nalgas o chuletón-, como todos. Y el republicano es un hombre sensible, objeto de injusticia sin límite.

No lo duden, se trata de un pestiño lo suficientemente aburrido como para ser presentado, no sólo como una obra de arte, sino como un pedazo de nuestra historia reciente. Y lo que más me preocupa: ¿Todas las rojas eran macizas? ¡Tiembla Hollywood!, que llega José Luis Cuerda, el del Manifiesto de la Ceja, creador e investigador artístico, para reformar el séptimo arte, mientras Garzón, desde la piel de toro, reforma la historia. No, la Transición no ha concluido. Regresamos al 31 y al 36... del pasado siglo.

Eulogio López

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