- Cientos de miles de personas toman las calles de al menos 80 ciudades.
- Los brasileños están indignados por el coste de la Copa Confederaciones, el Mundial de Fútbol de 2014 y las Olimpiadas de 2016; mientras la pobreza, la violencia y la corrupción campan a sus anchas.
- Ya se ha producido la primera muerte en las masivas protestas. La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, ha convocado una reunión de emergencia del Gobierno.
Cientos de miles de personas han tomado ayer las calles de al menos ochenta ciudades. Y, lamentablemente, ya se ha producido la primera víctima mortal: un joven de 18 años ha fallecido y al menos tres han resultado heridos en Ribeirao Preto, a 313 kilómetros de São Paulo cuando un conductor de un vehículo, impedido de circular libremente a raíz de la movilización, atropelló adrede a los manifestantes que marchaban por las calles de un barrio de clase media alta de la ciudad.
Las protestas hasta el momento han logrado que once ciudades, incluidas Río de Janeiro y Sao Paulo, hayan accedido a cancelar el aumento del precio del transporte público o a aplicar una reducción, según los casos, pero no han conseguido calmar las calles.
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, ha convocado una reunión de emergencia del Gobierno para abordar las manifestaciones de los últimos días en las grandes ciudades, que hoy han llegado hasta el interior del Congreso y de la sede del Ministerio de Exteriores. Rousseff ha convocado a sus principales ministros a las 9.30 horas del viernes (14.30 horas en España) para que le informen de las consecuencias de las manifestaciones en cada una de las ciudades y definir la postura del Gobierno ante la creciente tensión en las calles.
Hasta ahora, la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, había considerado que las protestas son "legítimas" y ha subrayado su carácter democrático porque persiguen "un Brasil mejor". Así, se ha mostrado dispuesta a escuchar "las voces de la calle", pero todavía no ha anunciado medidas concretas. Pero es que la protesta se le está yendo de las manos.
Los indignados brasileños seguramente tienen toda la razón. Pero ojo porque estas revueltas sociales pueden ser peligrosas, sobre todo si caen en manos de los antisistema.
Andrés Velázquez
andres@hispanidad.com