La publicidad busca al niño desesperadamente. El niño pide cosas vehementemente a sus padres. Y los padres les compran de todo. He aquí el triángulo de la actual sociedad del consumo.

Robert Rochefort, director del Centro de Investigaciones y Documentación sobre el Consumo de Francia afirma que los chiquillosos, desde los 3 años, son consumidores directos y son los que dicen a sus padres lo que se debe comprar.

El Instituto del Niño ha calculado que los niños franceses gastan, personalmente, más de 3.800 millones de euros. Determinan el 75 por ciento de las compras de cereales y el 73 por ciento de las de yogur, el 72 por ciento de las actividades de ocio y el 43 por ciento del destino vacacional.

Las criaturas nada más pisar la guardería o el colegio empiezan a compararse con sus compañeros de pupitre. ¿Qué mochila cuelga a la espalda, que camiseta y modelo de zapatillas deportivas lleva puestas, qué bocadillo le ha preparado su mamá? La espiral de la comparación y de los primeros brotes de envidia están servidos. Desea lo que tienen sus nuevos amigos, aunque lo suyo pueda ser más caro.

Sale del colegio y empieza a pedir todos esos objetos de deseo. Y los padres harán todo lo posible por satisfacer los caprichos del rey de la casa.

El niño es mucho más inocente que sus padres en ganar la carrera consumista. Los padres, profesores, empresas y publicitarios deben conocer que la felicidad está más en compartir que en poseer; en ser que en tener; en dar que en recibir; en la austeridad que en el despilfarro. En definitiva, entre todos tenemos que educar a los niños en el consumo responsable.

Clemente Ferrer Roselló

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