La salida del Secretario de Estado de Comunicación, Miguel Barroso, ha creado todo un corrimiento de puestos, como él mismo dice. Le sustituye en el cargo el que fuera Secretario General de Agricultura, Fernando Moraleda, al que las afiladas lenguas de Moncloa ya han colocado mote.
Su jefe de gabinete será Luis Arroyo Martínez, que ya asumió tal cargo el 23 de abril de 2004. Arroyo Martínez es licenciado en Sociología y Políticas por la UCM, el consejero delegado de Media Triners y consultor en comunicación política. De hecho, ha escrito varios libros sobre esta temática como El escándalo político como fenómeno de los medios de comunicación y Los cien errores de comunicación de las organizaciones.
De hecho, a Miguel Barroso le llamaban el gran manipulador mientras que Arroyo se quedaba en el manipulador pequeño. Sus tareas estaban perfectamente repartidas: Barroso hablaba con editores y dircom, mientas Arroyo se entendía con los periodistas.
Por cierto, Barroso sólo tenía un problema como secretario de Estado de Comunicación: no sólo era Alfredo Pérez Rubalcaba quien le miraba con malos ojos, así como otros personajes de Ferraz, envidiosos del poder que había conseguido al lado del líder: lo peor es que Barroso no mantenía las mejores relaciones con Juan Luis Cebrián, consejero delegado de PRISA. Y eso es mucho más grave, claro está.