Salvo para progresistas de izquierdas y de derechas, que ven a Brasil de la misma forma que a China, como un gran mercado, el presidente Lula da Silva desilusiona cada día más. El hombre que parecía poder recuperar lo mejor de la izquierda clásica, su preocupación por la justicia social, se ha convertido en un ejemplo de corrupción para el mundo. Casi todos los compañeros de su movimiento político se han visto envueltos en escándalos desde que accedieron al poder. Ahora mismo, el Gobierno se Brasilia vive en un permanente estado de provisionalidad por la corrupción.
Al mismo tiempo, para completar todos los vicios del progresismo tanto socialista como capitalista, Lula insiste en implantar y liberalizar el aborto, demostrando así nula sensibilidad hacia el derecho más atacado en el siglo XXI: el derecho a la vida. La trayectoria es lógica: aunque pueda parecer paradójico, no debería serlo, capitalismo y aborto van siempre de la mano. Así Hazteoir ha denunciado la obsesión abortera en la que se ha sumido Lula da Silva, un hombre que llegó al poder afirmando que había que luchar contra la pobreza, no contra los pobres.
Y como si fuera un colofón lógico, Lula se aproxima cada vez más a la nueva demagogia hispana: el bolivarianismo indigenista, del venezolano Hugo Chávez, la nueva ideología populista y totalitaria que amenaza al mundo hispano.
En España, el mayor apoyo con el que cuenta Lula da Silva no es el Gobierno Zapatero, sino el presidente del Santander Central Hispano, Emilio Botín, cuyo riesgo en Brasil no puede ser más elevado. Tanto Emilio como Ana Patricia Botín, siguen vendiendo en la City madrileña que hay que apoyar a Lula como única opción posible para el gigante económico sudamericano. Sienten por él una gran devoción aunque empiezan a ser los únicos.