El 1 de enero es la Jornada Mundial de la paz pero, antes que eso festejamos la Maternidad Divina de María. Es otra cara del prisma navideño: primero vivimos como Dios se encarna, luego como los niños son siempre los santos inocentes de hoy -sean nonatos o neonatos-, más tarde la sacralidad de la Familia, esa célula de resistencia a la opresión que lleva 40 siglos protegiendo la libertad individual y las libertades públicas.

Porque eso de ser madre tiene su lado mórbido. Por ejemplo, cada vez que hago referencia a la maternidad hoy surge la feminista de turno para explicarnos aquello de que nunca volveremos al servilismo.

Tampoco hay que pedir mucho a las feministas, pero a lo mejor hasta podría distinguir entre servicio y servilismo. Porque la maternidad no es más que eso servicio. Nuestras madres, tan vituperadas hoy por las nuevas generaciones de feministas -por las ejercientes con título y por la mayoría que las permiten menear el nogal para beneficiarse de las nueces caídas- achacan servilismo a sus madres, cuando lo cierto es que aquélla generación era más servicial pero menos servil que ésta. Desde el momento en que se comprometían con un varón, y especialmente desde que tenían hijos, se entregaban a esposo y prole, especialmente a ésta última, porque eso es lo bueno que tienen los niños: no discuten, sencillamente exigen a sus padres disponibilidad durante 24 horas al día.

Y así, como ocurre siempre, en mujeres y hombres, la madre salía de sí misma y estaba pendiente del bienestar de los que le rodeaban, es decir, se realizaba como persona y era mucho más feliz, había invertido bien su libertad.

Por contra, la actual generación de mujeres no es servicial, por lo que acaba por resultar servil. Nunca como en este siglo XXI de consagración de la ideología de género y de cacareada liberación femenina, se alcanzó un grado tal de cosificación de la mujer en beneficio del varón progresista, una mujer a la que se exige un sobresaliente en belleza y en satisfacción del hombre feminista, es decir, más egoísta, que vieron los siglos. El horror a envejecer, a no agradar al tercero, ha batido todas las marcas de esclavitud femenina, convertida la mujer en un objeto y sus afanes en el logro de un ideal inalcanzable: la belleza eterna. Pendiente de sí misma para agradar a un colectivo varonil que sólo busca utilizarla, en lugar de pendientes de la realización de sus hijos... que es la única manera de realizarse.

Ese es el ejemplo de la Virgen de Belén, fiel al plan divino, pendiente de su esposo -sí, también- y, sobre todo, de Su Hijo, dentro de un plan divino que, sinceramente, resulta ininteligible con criterios de aquí abajo.

La anterior generación de mujeres, las de antes de la liberación, se realizaban en el amor y en la maternidad, donde cumplían la principal función social de la era moderna, mucho más importante que cualquier profesión. Decíamos ayer que Occidente sólo tiene un problema económico: no tiene hijos. Y recuerden que la bomba demográfica, y la crisis económica, no consiste en que hay mucha gente, sino en que hay pocos jóvenes en proporción al total de la población.

Por supuesto que, en consecuencia, la primera media económica que debería establecerse es la del salario maternal: un salario para toda mujer-madre durante la etapa de crianza del futuro contribuyente.

También se celebra el 1 de enero la jornada de la paz, justo cuando Palestina vive en un enfrentamiento sangriento. Pero recuerden: desde Juan Pablo II la esquiva noción de paz se aclaró bastante, y creo que pasará mucho tiempo antes de que alguien puede superar al polaco de Cracovia: No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón. En efecto, sin justicia no habrá paz, pero la justicia exige el perdón del otro y el arrepentimiento propio. No se trata de olvidar, sino de perdonar y de pedir pedir perdón, es decir, de arrepentimiento. La teoría progre gusta de repetir esa necedad flagrante del yo no me arrepiento de nada. Pues eu sepan que sin arrepentimiento o hay perdón, sin perdón no hay justicia, y sin justicia es imposible la paz.

Eulogio López

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