Su tesis consiste en que el más poderoso es quien es obedecido sin necesidad de dar órdenes. En efecto, cuando impera lo políticamente correcto precioso neologismo inventado por los norteamericanos, se puede conseguir ser obedecido con espíritu pronto, taxativo y marcial y, al mismo tiempo, prescindir de dar órdenes, que es el ideal de todo poderoso.
No es una teoría, sino la vida misma. En los grandes medios de comunicación españoles, no así en los pequeños, todo el mundo sabe qué es lo que debe decir y también cuándo y cómo debe decirlo, sin necesidad de consigna alguna. Pero ojo, no lo que debe decir o debe callar sobre política, economía o moral, sino sobre la política, economía o moral -ésta última generalmente inexistente- de la compañía para la que trabaja... que no es lo mismo.
Y ojo, el culpable no es el poderoso sino todos, que hemos aceptado el relativismo rampante. Y así, si nada es verdad ni nada es mentira, el único dogma del periodista son los intereses del editor, que con eso no se juega, que es cosa de comer. En las redacciones ya no manda la ideología del propietario por la sencilla razón de que ya no existen ideologías, pero sí mandan los intereses de la empresa y, atención, las filias y fobias del empresario. Hemos cambiado ideario por beneficio y lealtad por caprichos variables.
El funcionamiento es simple: si uno no cree en nada, ¿por qué habría de jugársela por defender un credo, un ideal o una convicción? Ahora bien, ¿es así más libre el periodista? Ni de broma, porque está atado por los intereses de la propiedad, y los intereses de la propiedad están atados por el poder político y financiero. Por el segundo, por razones obvias: hay crisis. Por el primero, porque el poder político -que tampoco es poder ideológico, sólo poder- tiene el poder regulatorio y concesional, pues es quien concede y renueva, por ejemplo, las licencias de radio y TV. Eso por no hablar de los llamados valores -no, no son los bursátiles-, más bien contravalores, de ese poder. Por ejemplo, la ideología de género ha impuesto la censura feminista. Si te atreves a criticar a una mujer estás delinquiendo. Por ejemplo, la ideología gay: si osas criticar la homosexualidad, estás delinquiendo. Por ejemplo, el aborto. Convertido en derecho de la mujer: si te atreves a defender la vida estás atentando contra los derechos reproductivos.
¿Cómo luchar contra esta represión en la que colaboramos todos? Pues con coherencia. El relativismo es una teoría demoledora sí, pero también es una estupidez gigante. Nadie puede vivir en relativista. Se trata de una pose, nada más. No es que el hombre no deba vivir sus dogmas, sin convicciones: es que no puede. El problema viene cuando no tiene el coraje de ser leal con esas convicciones, porque teme perder el trabajo o simplemente comprometerse. Y si no, pues seguiremos obedeciendo sin necesidad de órdenes, lo suficientemente aborregados como para creernos libres cuando no lo somos. Y ese es el peor tipo de esclavo: aquél que se cree libre.
Eulogio López
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