La pregunta del día en Madrid, ciudad acostumbrada a responder incluso cuando no le preguntan, es muy sencillo: ¿Es bueno que Mariano Rajoy haya dejado fuera de las listas del Partido Popular al alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón? La pregunta exige un desdoblamiento, y no de personalidad. Exige preguntar antes de qué estamos hablando y por qué lo estamos preguntando. Por ejemplo, si se trata de ganar al PSOE a toda costa, desde luego la medida es malísima. Es cierto, el alcalde de Madrid, un tipo muy peligroso, tiene tirón popular. También lo tiene su archienemiga, la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre. Por tanto, para ganar las elecciones se trata de sumar, no de restar. Enfrente, Rodríguez Zapatero es un político mucho menos cainita. Por ejemplo, no traga a Fernández de la Vega, pero la mantiene, porque es una señora popular y porque la cuota femenina vende. Siente aversión profunda por José Bono, tanto que le echó del Gabinete, pero sabe que atrae a un voto preocupado por la unidad de España -es el único presunto patriota que tiene para enseñar- por lo que le colocará en la Presidencia del Congreso. Además, de buena gana despedazaría a Felipe González, quien siempre le ha despreciado, se convierta en el nuevo Giscard d'Estaing, ideólogo de Europa.

Por contra, Rajoy no quiere saber nada con Rodrigo Rato, ni con el propio Gallardón, ni con Esperanza, a la que considera una traidora. Rajoy, como hombre superficial pretende rodearse de quien no pueda hacerle sombra.  

En definitiva, si se trata de echar a ZP y de que el PP gane las elecciones Rajoy ha hecho muy mal. Si se trata de regenerar la vida pública española, entonces sí, entonces Rajoy ha hecho muy bien. La regeneración moral de la política española no puede venir de la mano de alcaldes que casan gays ni de presidentas autonómicas que financian con nuestro dinero la quinta parte de los abortos que se perpetran en la Comunidad de Madrid. Por lo general, cada vez que digo algo así surge un alguien, más moderno que yo, que me aconseja no mezclar los dos escenarios. Y la reconvención me retrotrae a lo que me contaba un ejecutivo argentino que fichó por una multinacional alemana. Con motivo de una firma exitosa, el director de la firma invitó a una cena a todo su equipo, cena que acabó en un bar de alterne. Mi amigo advirtió que se volvía al hotel y al ser preguntado por qué alegó dos razones: Su fe cristiana y el hecho de que no quería serle infiel a su esposa. Los demás le recriminaron su actitud, viva imagen de su falta de solidaridad y sentido de equipo -tan importante en el mundo de los ejecutivos, como todo el mundo sabe-.

Al día siguiente, los del lenocinio se volvieron a reunir, y fue entonces cuando el director se dirigió a mi amigo par felicitarle. Aquella noche, el jefe se había hecho la siguiente reflexión: "Si Carlos es fiel a su mujer, no le será infiel a la compañía".

Algo parecido afirmaba la prensa americana cuando el escándalo Clinton-Lewinsky: "No es que nos dediquemos a olfatear la bragueta del presidente. Es que estamos convencidos de que un señor que no sabe controlar su bragueta no debe recibir el botón nuclear, no vaya a ser que tampoco sepa controlarse".

Por lo demás, es de desear todo lo que está ocurriendo. Ya conocen mi tesis: la tal regeneración social no será posible hasta que el PP se estrelle, es decir, hasta que se repita el leñazo de la UCD en el año 1982.

Eulogio López

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