El mayo francés de hace 40 años fue mucho más. Lo que Felipe González y Juan Luis Cebrián, por decir algo, nos venden como un tiempo glorioso no fue la más frívola subversión de conceptos, eso en lo que tanto hincapié hace Benedicto XVI, que ha conseguido popularizar el concepto clave de la filosofía y la ética actuales: relativismo.

Hablo de subversión, palabra demasiado dramática para mis hábitos, lo que obliga a explicar el porqué: el mayo francés subvirtió los tres valores clásicos de verdad, bien y belleza. Por eso el mundo anda de cabeza. Cada uno de los tres grandes eslóganes del mayo provocaron un mareo social importante y constituyeron eso que hoy conocemos como progresía, el mester de progresía.

1. Contra la verdad objetiva: nada es verdad no nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira. La horterada de mi paisano, Ramón de Campoamor se hizo carne con los horteras del mayo francés. Con una contradicción, claro está. A esto se refería Chesterton cuando decía que las ideas modernas son las viejas ideas cristianas que se han vuelto locas. Demencia y contradicción son términos casi sinónimos. Ejemplo: Si nada es verdad ni nada es mentira, ya hay algo que sí es verdad: justamente eso, que nadie puede ser verdad.

De esa frase-idea-tonta han surgido todas las tontunas actuales de los progres sobre el antidogmatismo. La verdad es que sólo existen -otra vez Chesterton- dos tipos de personas. Los dogmáticos que saben que lo son y los dogmáticos que no saben que lo son. Los progres no saben, no caen en la cuenta de que tiene un dogma férreo y esclavizante: la ausencia de dogmas.

Vamos con el bien. El mayo francés se desarrolló bajo la nueva moral del Prohibido prohibir, otra idea cristiana que había enloquecido. Porque, en efecto, si está prohibido prohibir ya hay algo que no está prohibido: prohibir. La amoral progre se ha forjado durante estos cuarenta años bajo el liderazgo de esta estupidez suprema: no prohibáis a nadie y si alguien se atreve a prohibir es un fascista. Conclusión: el mundo en el que vivimos, el mundo que sufrimos, marcado por el miedo al otro.

Pero no bastaba con arramblar con la verdad y el bien: también la belleza sufrió lo suyo, a mano del tercer gran tópico del mayo francés que inició 40 años de progresía: Todo es opinable. Otra contradicción en origen, porque si todo es opinable ya hay algo que no es opinable: que todo es opinable. Conclusión: hemos terminado en el feísmo, vídeo juegos incluidos. Puedes decir que no te gusta, pero no puedes decir que es feo, clama la estética progre. Resultado: ¿Hay alguien que hoy crea en el arte? El canon no existe, dijeron los progres, pero no esperaban que el pueblo respondiera: perfecto, todo es opinable, así que yo opino que no merece la pena gastar ni un solo segundo en admirar eso que usted llama obra de arte y que a mí me parece una solemne majadería.

Las tres frases de la progresía.

Tiempos de progresismo, tiempos de estupidez.

Eulogio López

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