Diez días después de su muerte y tres tras su entierro, lo más impactante que he escuchado sorbe Juan Pablo II fue uno de esos mensajes cortos que la gente envía a los programas más tontos de televisión. Decía así: Si nunca he creído en ti, ¿por qué estoy triste? Lo recogió el suplemento religiosos del diario ABC, Alfa y Omega, que elabora el Obispado de Madrid, y hay que felicitarle por ello. Es definitivo, taxativo, misterioso. En efecto, si nunca creíste ni en Juan Pablo II ni en lo que creía Juan Pablo II, ¿por qué, como tantos otros millones de personas en el mundo, tienes una sensación de orfandad, de que algo estaba ocurriendo, y que ese algo tenía que ir más allá de algo tan natural como un anciano que se muere tras una larga enfermedad? Digamos que esa conmoción ha colocado a la humanidad en una especie de vací hay que agarrarse a algo y hay que hacerlo hoy: o te agarras donde se agarró San Pedro, a la mano de Cristo por el arrepentimiento, o te agarras a done se agarró Judas: a la soga de la horca.
El problema, insisto, es cuántas conversiones va a traer esa muerte, que es una forma de decir, cuánto va a durar en el tiempo el efecto de la muerte de Juan Pablo II. Ahora, la gente se pregunta ¿qué debo hacer? Un cálculo ciertamente difícil, por no decir imposible. Para muchos asistimos a un nuevo Pentecostés. Pero es pronto para calibrar el futuro.
Porque verán, aquí ocurre lo que ya denunciara C.S. Lewis en su genial Cartas del diablo a su sobrino: uno de los materiales con el que Dios hace el futuro es la oración de los humanos en el presente. Por eso, todos los futurólogos, los orantes y los brujos, los buenos y los malos, se equivocan. El Señor de la Historia viene en un perpetuo presente, y sus decisiones pueden cambiar según la libertad del hombre. Así que, aunque todo indica que después de Juan Pablo II comenzaría el baile, podría tratarse de otro baile.
Ahora bien, en el entretanto, y dado que todo el mundo se apunta a vaticanólogo y arúspices, santos y canallas, todos juntos, se apresuran por señalar algún papable, en la esperanza de acertar en un futuro próximo o esconderse en ese mismo futuro detrás de la pléyade de profecías realizadas, yo me pido una Juan Pablo III chino, como quien dice, una nota de color. Juan Pablo II nombró obispos chinos, algunos en secreto, para relanzar a la Iglesia más perseguida del mundo. Un Papa chino. Les explico por qué.
En primer lugar, porque Asia es el continente más poblado. La historia del Cristianismo es europea, al menos durante el primer milenio. En el segundo milenio fue el momento de África, la vuelta al cercano Oriente y, sobre todo, el milenio de América, a partir de 1492. El verdadero enemigo de la Iglesia es el panteísmo.
Por otra parte, no conozco ningún renacimiento de la Iglesia que no haya tenido su origen en el martirio. Un papa de la iglesia perseguida, probablemente la más perseguida del mundo, resultaría invaluable. Cuando uno ha sido perseguido por su fe, está de vuelta de las mil una mariconadas del progresismo clerical actual. Sabe lo que es bueno, si ustedes me entienden.
Repare el amigo lector en que hablamos de un país de 1300 millones de habitantes (una quinta parte de la población mundial) y de la peor dictadura del mundo. Sin embargo, ha sido el país menos representado en las exequias papales, y probablemente hayan sido los chinos los que menos información hayan recibido, porque les ha sido convenientemente censurada por el régimen de Pekín, sobre lo que ha supuesto la muerte de Juan Pablo II. Por eso, ningún Papa mejor que el que viene del martirio.
Hay una tercera razón. Habrá que insistir en que el progresismo todavía es fuerte, porque detenta el poder en Occidente especialmente el poder cultural, que es el más mortífero de todos. Él sustituirá el panteísmo, verdadero y casi único enemigo de peso del cristianismo. Ya lo decía Chesterton: o cristianismo o panteísmo, no hay más. La Nueva Era llega por esa vía, y la Nueva Religión y el Nuevo Orden mundial (ya saben los millonarios del mundo unidos) también. El relativismo moral resulta tan romo desde el punto de vista filosófico que bastante ha aguantado ya. Ahora le toca al panteísmo. Por tanto, un Papa procedente del área panteísta (el verdadero enemigo de Occidente no es el Islam, sino el panteísmo oriental) no vendría nada mal. Dicen que nadie más difícil de convertir que un musulmán. No es cierto, lo que ocurre es que el mundo islámico castiga la apostasía con la miseria, cuando no con la muerte. Pero, en condiciones de libertad religiosa mínima, el panteísta está mucho más alejado que el islámico, que profesa una herejía del Cristianismo.
Así que un Papa chino, o japonés, o indio, no nos vendría mal. Sabría cómo traducir su fe al universo panteísta, de la misma forma que un Papa que sufrió el comunismo terminó con el comunismo.
Eulogio López