Con el lío que hemos armado desde Hispanidad a cuenta de las apariciones de Medjugorje, me había propuesto no escribir más. Pero son algunas de las reacciones las que me obligan a ello.
Lo primero, ¿cuál es la actitud que debe tomar un cristiano sobre los hechos extraordinarios de la aldea bosnia La obediencia, es decir, lo que diga la Iglesia.
Hombre la Iglesia es el Papa, no la carta enviada por un nuncio a unos obispos norteamericanos sobre la visita de uno de los videntes de Medjugorje a Estados Unidos, matizando, sólo matizando, que la Iglesia aún no se ha pronunciado (oficialmente no, desde luego, aunque insisto en que la Comisión creada al efecto ha dictaminado, por abrumadora mayoría, que lo que ocurre en Medjugorje es sobrenatural), carta cuyo significado, además, se ha extrapolado hasta el límite.
En cualquier caso, obedecer el superior criterio de la Iglesia y del Papa Francisco.
Además, que las apariciones de la Virgen en Medjugorje -en las que creo a pies juntillas- no suponen un dogma de fe. Les pondré un ejemplo: Pablo VI estaba convencido de que la Sábana Santa de Turín era el lienzo que había envuelto el cuerpo de Cristo en su sepultura. Tanto lo creía que calificó a la Sindone como "el quinto Evangelio". Sin embargo, ni la Sábana Santa de Turín ni el santo sudario de Oviedo forman parte del depósito de fe. Los católicos pueden creer o no en ello.
Pero recuerden que a pesar del convencimiento papal, en la Sábana Santa, el demonio metió el rabo. Así, la ingenuidad de unos clérigos, que concedieron a unos presuntos 'canallitas' el análisis de la Sábana mediante la prueba del Carbono 14 hizo correr por el mundo que el lienzo era una falsificación. No importaba que, por su propia naturaleza, dicha prueba no sirviera para dictaminar sobre la Sindone, ni tampoco importó que otra prueba científica, como la de la NASA y su estudio de la radiación del lienzo, o la palinología, concluyeran justamente lo contrario. En comunicación no ocurre como en el cine: a veces ganan los malos.
En cualquier caso, sobre Medjugorje hay que recordar aquello de que por sus frutos los conoceréis. Hoy Medjugorje es la capital mundial de la confesión y de la conversión y, al igual que Pablo VI con la sábana de Turín, Juan Pablo II y Benedicto XVI creían que no estábamos ni ante una falsedad ni ante unos locos. Y, en cualquier caso, por sus frutos los conoceréis.
Lo que ocurre es que el hombre vive rodeado del milagro, sólo que se niega a reconocerlo. Tiene su lógica, porque el milagro no es una demostración de nada -en tal caso muestra, no demuestra- pero lo que sí hace es interpelar al ser humano en su propia esencia. En plata: si Medjugorje es cierto yo tengo que cambiar de vida.
Dicho todo esto, y volviendo a Medjugorje, no seré yo quien adopte el peligroso papel de censurar a la Santísima Virgen. Es una postura cuando menos peligrosa y, sobre todo, un poquito estúpida.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com