El delegado del Gobierno Zapatero en Melilla. Don José Fernández Chacón, se ha mostrado muy satisfecho con la policía de Rabat, dado que esta vez al Guardia civil obtuvo una mayor colaboración por parte de las autoridades marroquíes, durante la nueva avalancha de subsaharianos del pasado 8 de septiembre, cuando 200 negros (mediáticamente conocidos como subsaharianos, lo que quiere decir que los españoles somos subpirenaicos y los alemanes norholandeses y los italianos ribereños del Po) saltaron la verja que separa maruecos de Melilla. El resultado fue 6 heridos, uno de ellos grave, tendido en hospitales españoles y trasladados hasta allí tras la refriega por miembros de la Guardia Civil, los sangrantes represores.
Claro que a todos se nos ocurre la misma idea que a Juan José Imbroda, presidente de la Ciudad Autónoma de Melilla por el PP, que considera que las autoridades marroquíes colaborarían más y mejor si disolvieran los improvisados campamentos en las cercanías de Ceuta y Melilla, donde se hacinan a estos pobres hombres, a los que Marruecos tienen la obligación de auxiliar. Porque las muy colaboradoras autoridades marroquíes utilizan la desesperación de estos negros para utilizarlos como misiles humanos contra las dos plazas africanas que forman parte de España, porque el deseo de Mohamed VI no es otra que convertir a Ceuta y Melilla en parte de Marruecos.
La colaboración de Marruecos recuerda la vieja anécdota del franquismo, cunado los falangistas se manifestaban delante de la embajada británica en Madrid, exigiendo un Gibraltar español. El ministro de la Gobernación llamó al embajador británico para ofrecerle más policías que protegieran la legación, a lo que el diplomático respondió:
-No, no quiero que me envíe más policías, me basta con que me envíe menos falangistas.
Por lo demás, lo que ocurre en Ceuta y Melilla es fruto de la política de debilidad de Zapatero frene a Rabat, al tiempo que demuela que en materia demográfica, los socialistas se comportan de forma muy similar a pospopulares: España es una tierra cerrada a la acogida y abierta a la deportación permanente. Como si las repatriaciones fueran a detener los flujos migratorios. En España, en toda Europa, sólo entra aquel que venga con un contrato de trabajo en la boca y eso se considera generosidad. Pues sí: sólo faltaba que tampoco entraran los que tienen trabajo.