Siendo alcalde o, si lo prefieren gobernador, de México D.F., lo primero que hacía Andrés Manuel López Obrador (AMLO) era convocar a la prensa. No es broma, a las 7 de la mañana -el muchacho es madrugador- AMLO convocaba todos los días una rueda de prensa e impartía doctrina a través de los medios informativos del país. El candidato al que las encuestas dan como ganador el próximo domingo, el político al que los estudios de opinión ven como futuro presidente del país hispano más importante del orbe, es un populista demagogo que recuerda al español Alejandro Lerroux, aquel republicano que vestía de punta en blanco en Madrid, pero que siempre llevaba consigo en sus viajes a provincias, una americana roída para dirigirse al pueblo.
El mitin de cierre de campaña de AMLO ha superado todas las expectativas. No se ha calificado de apóstol de los pobres por muy poco, pero no ha dudado en prometer puentes a aquellos que no tienen río.
AMLO es un demagogo no porque prometa lo que no pueda dar (al menos no sólo por eso), sino porque promete lo que no quiere dar y lo que sabe que no va a dar. AMLO es un populista no porque apele al pueblo, sino porque utiliza al pueblo para incumplir la ley cuando no le conviene. Sencillamente no cree en la ley, como no cree en los pobres. Si realmente creyera en la redención de los pobres no se dedicaría a gastarse cuantiosas cantidades en los casinos de Las Vegas: Y si creyera en el Estado de derecho, no se dedicaría a meter en la cárcel a los empresarios con los que ha firmado un contrato : Me refiero al caso del empresario español Antonio Torres, máximo responsable de Eumex, que fue amenazado y finalmente encarcelado porque a AMLO no le gustaba el contrato firmado por Distrito Federal con la empresa española para la exhibición de publicidad en el mobiliario urbano de la capital mexicana. Simplemente Obrador estaba acostumbrado a abusar de su posición política y se topó con un empresario que exigía el cumplimento de un contrato y que prefirió la cárcel antes de que incumplir el contrato.
Hablamos del populismo de izquierda más o menos indigenista que está asolando Hispanoamérica, AMLO no es Chávez ni Morales pero participa del populismo progre de Kirchner o Bachelet, por de pronto le apoyan feministas, homosexuales y abortistas (qué casualidad) como líder de un partido que se apellida revolucionario. AMLO pretender revivir los tiempos de la revolución atea del PRI. Es más, su mayor error electoral ha consistido en insinuar que un gobierno tan laico como el mexicano debe reducir la influencia de la devoción a la Virgen de Guadalupe en el país. No lo ha dicho el, ni de esta forma; si lo hubiera hecho, simplemente perdería las elecciones. El cariño de los mejicanos a su patrona es algo demasiado serio pera que se juegue con ella, pero sí han jugado con ello algunos de sus colaboradores y así se ha filtrado a la prensa. Da lo mismo, la demagogia sólo entiende el lenguaje de ambigüedad y si a partir del próximo domingo empieza la era AMLO, mucho me temo que nos vamos a hacer expertos en ambigüedad.
La página Yo influyo ha publicado tres retratos de los tres grandes candidatos a la presidencia, merece la pena leerlos.