Sr. Director:
Yo creo que todos nos hemos dado cuenta de los cambios negativos, con honrosas excepciones,  del comportamiento en  templos católicos, en contraste con el observado en los ortodoxos y en mezquitas.

 

Unos se extrañan, otros se acostumbran, algunos lo ven como modernidad y hay gente piadosa que se indigna.  Hoy, algunos sacerdotes parece que han confundido  la Casa de Dios con una Casa de Cultura, pues permiten su utilización como auditorio de música profana, sala de exposiciones y lugar de espectáculos ajenos a lo sagrado, olvidando las instrucciones del Canon 1210 e ignorando la Carta Circular que la Congregación del Culto Divino envió a los Obispos (5-11-1987).

¿Y el silencio? Sobre todo en barrios y  pueblos, muchas veces brilla por su ausencia, como si la iglesia fuera un salón de reuniones, por lo que es imposible concentrarse para orar. También se resiente, sobre todo en verano, el decoro y pudor de algunas mujeres,  y no sólo en zonas costeras. No en pocas iglesias, el sagrario lo han desterrado del Altar Mayor, como si la Presencia viva de Cristo no fuera lo principal, y ha dejado de expresarse  la adoración, pues las rodillas de muchos fieles -también de sacerdotes- no se doblan, aunque puedan, ni en el momento de la Consagración (el exterior ayuda al interior).

No es raro que, perdido el respeto y el sentido de la unción, de la reverencia y del misterio, se pierda, también,  la Fe, los templos se vacíen y, como consecuencia, los veamos, luego, convertidos en restaurantes, museos y -¡qué triste!-  también en salas de baile. No debemos olvidar que las iglesias son para adorar, para orar; nada más y nada menos. Gracias a Dios, hay cristianos que saben estar y sacerdotes celosos que exigen una conducta apropiada para el lugar sagrado. 

Evoco las palabras del Evangelio: El Celo de tu Casa me devora (Jn, 2,17), Mi Casa es Casa de Oración (Mt. 21, 13),  y la imagen de Jesús con el látigo echando a los profanadores del templo.

Josefa Morales de Santiago