Cada vez más, aquí y allá se eleva un clamor por el derecho a vivir, contra las leyes de aborto.
El 28 de diciembre, conmemoración de los Santos Inocentes, en la Santa Misa escuché las preces de la Iglesia por los niños en peligro de ser abortados, y distintas asociaciones de defensa de la vida humana hicieron manifestaciones contra ley de aborto. ¡Qué triste que en el siglo XX y XXI se haya dado una regresión en la estima de valores esenciales como el derecho de todos a la vida! Todo ser humano es sujeto de derecho por el hecho de serlo, y lo somos desde el inicio de nuestra vida, es decir, desde la fecundación. Es verdad que en algunos casos el embarazo supone un conflicto; pero, en su solución, nunca debe aceptarse la práctica de la violencia.
El aborto es la violencia del fuerte contra el débil y se practica hasta la tortura. ¡Qué bajeza la nuestra al apoyarlo o realizarlo! Nos rebajamos a un nivel inferior a las bestias. ¿Creemos que Dios no nos castigará por ello? ¿Acaso ha dejado de ser justo o su justicia se acomoda a nuestras degeneradas leyes antihumanas? Como escribió Juan Pablo II, la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral (Evangelium vitae, 57).
Josefa Morales de Santiago