A-3 TV emitió el jueves un vídeo, sobre una agresión entre adolescentes ecuatorianas: saña, empecinamiento y toda la irracionalidad y ofuscación de la violencia. Lo más opuesto a la ironía el campo lógico para las discrepancias humanas.

Salvo el superior criterio del señor ministro del Interior, Alfredo ‘Rasputín' Rubalcaba, según el cual la delincuencia no deja de retroceder ante su espléndida labor al frente de la Policía, lo cierto es que el español tiene miedo. No tiene miedo a la gran violencia, sino a la pequeña violencia, a las humillaciones callejeras, a la violencia callejera creciente, que ni las estadísticas del mayor pinocho del reino, Rasputín Rubalcaba, logran ocultar.

La violencia está en la calle, a flor de piel, la gente tiene miedo, no de los terroristas de ETA ni de las mafias organizadas, sino del vecino, del compañero de metro, del inmigrante –si, desgraciadamente, el miedo a lo desconocido existe- o sencillamente del que va peor vestido. Las trifulcas callejeras o los malos modos parecen multiplicarse. En ocasiones, es la pura envidia a quien parece irle mejor, aunque no sólo sea porque viste corbata, la que provoca el incidente.

Las peleas adolescentes, la falta de respeto a la mujer, la falta de respeto del joven al adulto y de éste al anciano, los malos modos con los niños, la grosería en cafeterías, comercios y transportes, tampoco figura en las estadísticas.

Y todo ello, ‘adornado' con una especie de "normalización de la violencia": en cuanto surge un altercado, la ración primera es mirar hacia otro lado, no meterse en líos.

La violencia estadística de Rubalcaba, o de cualquier otro ministro del Interior en Occidente, sólo recoge la violencia que se convierte en denuncia, pero ésas no llegan, seguro, ni al 1 por 1.000.

En definitiva, la gente tiene dos miedos: miedo a la muerte y miedo a que te quiten la vida, así como al dolor. El primero es consecuencia de la falta de fe, o mejor, de la falta de esperanza. El segundo es consecuencia del primero: si no hay normas morales objetivas, lo que importa es vencer. O, como decía el film: "Lo importante no es ganar, sino humillar". Porque en cuanto desterramos a Cristo, según el análisis que recogíamos de boca del obispo Antonio Cañizares, ¿qué razón tenemos para no atropellar al débil y huir del fuerte?

¿Que en qué se nota el aumento de la violencia? En la disminución de la sonrisa y en la impaciencia ante la debilidad. ¿Que cuánto puede aguantar una sociedad en este estado de cosas? Para mí que no mucho. La pequeña pero continua violencia siempre acaba en estallido.

Eulogio López