Sr. Director:

En varias ocasiones me he preguntado si Dios otorgó a Miguel Ángel Blanco, en medio de tanta crueldad, la gracia de vislumbrar lo que su sacrificio habría de significar para tantas generaciones de jóvenes españoles.

Desde que su persona se transformó en testimonio -de vida- para miles de personas anónimas, su legado debería estar grabado en nuestra conciencia como ejemplo perenne de que, esa misma actitud heroica en una situación de amenaza (cumplida) contra la vida humana, raíz de toda libertad, es casi una exigencia. Sin embargo, hoy día, alguien puede hacerse está pregunta: ¿es posible exigir -a cualquier hombre o mujer- una conducta heroica ante estas amenazas?. O, a causa de nuestra frágil condición, esta petición resulta, las más veces, una exigencia desproporcionada para muchas personas.

Es comprensible, que tras diez años, hayan podido olvidarse algunos detalles de lo acaecido en España en aquel terrible mes de julio de 1997, en el que millones de españoles se sintieron fuertes para gritar -sin más armas que su garganta- contra tamaña injusticia e iniquidad. Detalles como recordar que muchas personas andábamos, en nuestros trayectos habituales -y hasta muchos días después del trágico desenlace-, con la mirada pérdida (abstraída en un cúmulo de sentimientos de diversa índole). Personalmente, al cumplirse el décimo aniversario de la ausencia de este gran hombre, me he sentido igual de "perdido", pero más solo que en 1997 por las mismas fechas. Quizás porque he intuido cierto olvido en la mirada de muchos de los que viajaban el mismo vagón del Metro de Madrid, quizás porque ya no todos compartimos ese dolor, o porque -de forma no culpable-, probablemente los pensamientos giraban en torno a la vorágine de cualquier jornada laboral. Entonces... entiendo que lo heroico será no olvidar nunca a ese gran hombre y mantener su legado. Aún así, para otros tantos, dejar el listón a esa altura puede resultar insuficiente pues nos convertiría en seres desagradecidos frente a la generosidad entregada, en tan poco espacio de tiempo (veintinueve años), por Miguel Ángel Blanco; y con él, entiendo que también estaríamos siendo injustos y desagradecidos hacía todas las personas (y sus familias) que componen esa larga lista de víctimas del terrorismo. De modo que, sin distingos ni graduaciones, cada uno habrá de encontrar su personal forma de ser héroe, de mantenerse firme frente a todo ataque contra la vida humana.

Quien haya visto la "Lista de Schindler" recordará las palabras que aquel fiel contable, Itzhak Stern (interpretado por el actor Ben Kingsley), dirige al mismo Oskar Schindler mientras sostiene la lista que acaba de confeccionar (con 1100 nombres), aludiendo a que aquella lista es la lista de la salvación, en definitiva, una lista que simboliza la vida. Salvando las distancias, por razones Históricas -y de la propia historia, tal y como la narra Steven Spielberg-, resulta ilustrativo el que, a la inversa, la lista de las personas asesinadas por la banda terrorista ETA, presentes en nuestra memoria, debe ser razón suficiente para defender la vida -su vida-, como si fuera la nuestra. Al igual que un padre y una madre son capaces de dar su vida por sus hijos, o un amigo es capaz de darla por otro, ¿cómo seguimos cayendo, con tal frialdad, en la ilusión de poner lejos de nuestro entorno la posibilidad de perder el mayor bien que Dios nos ha concedido, a manos de seres que pretenden sustituir su Voluntad, por intereses espurios?

No es que hoy día ya no existan héroes, sino que se intenta destruir la conciencia de que esos valores son tales y, por tanto, eternos, intangibles y universales; los mismos para los que vivió -y vive- Miguel Ángel Blanco cada vez que le recordamos, esto es, cada día (cotidie commemoratio, el mejor aniversario).

Miguel Ángel Mateos Alenda