Dicen los bilbaínos que San Sebastián es una ciudad afrancesada. Nunca me he quedado claro qué entiende una vizcaíno por afrancesado pero me temo que nada bueno. Así, al pronto, sueña a posibilismo. Ya saben, lo del gran Groucho: "Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros". El pique Bocho-Donosti viene a cuento de la catalogación de la provincia vecina porque la ministra de Ciencia e Investigación Cristiana Garmendia es, justamente de Sanse. Garmendia es una empresaria de cierto éxito en un terreno donde la mayoría prefiere ser funcionario: la investigación científica, que es como ahora se denomina a la investigación aplicada, especialmente médica. Su empresa, Genetrix, se incluye en la modalidad caza-subvenciones públicas, ciertamente, pero, al menos, es privada. Es decir, una mujer de éxito firme en sus valores... en sus valores bursátiles, los negociables. El pasado miércoles, Garmendia se presentaba en sociedad, en Madrid, capital donde todo lo importante ya no se hace comiendo, sino desayunando: importante avance. Allí Garmendia hizo fe pública a favor de la utilización de células embrionarias, es decir, de embriones humanos, es decir, de seres humanos pequeñitos, como cobayas de laboratorio. Juramento necesario para ser ministra, que incluso le exigió pasar por el confesionario progre del periódico Público, el panfleto de ZP. Y es que el poder progre -hoy en día una reiteración- no estaba dispuesto a otorgarle la condición de ministra, dado que Genetrix se ha especializado en células madre adultas, es decir, las que no matan a nadie y sí consiguen curar a algunos. Y claro, eso no podría ser: se corría el riesgo próximo de poner en evidencia el fraude homicida de la utilización de embriones en la que se ha basado la política, primero del PP, que fue quien lo inició con Ana Pastor, y después del PSOE, que, de la mano de Elena Salgado, llevó la matanza de embriones al paroxismo. Por todo ello, Garmendia, que es de Sanse, dejó claro que ella no utilizaba células embrionarias en Genetrix porque no se le había cruzado esa posibilidad pero que, naturalmente, no tenía ningún impedimento legal. Una ceremonia de pureza de sangre progresista similar a la que protagonizó Al Gore durante su campaña a la Casa Blanca del año 2000. El pontífice de la diosa Gea tuvo que salir a escena, acompañado de su inefable Tipper, porque el mercado de la muerte le veía muy tibio en su compromiso con el asesinato de no nacidos. Gore hizo todo un ‘striptease' ideológico y vino a decir, más menos, que si por él fuera, no habría nacimientos, sólo abortos. Y que Bill y Hillary, a su lado, eran providas. En el entretanto, Tipper gritaba: Mi Al es más abortista que cualquiera, si lo sabré yo que tanto le quiero. Pues Garmendia, lo mismo con la matanza silenciosa de embriones. El miércoles, en Madrid, insistió, además, en que se lleva a las mil maravillas con el ministro de Sanidad, el prestigioso científico Bernat Soria, a quien Cristina ha chupado todas las competencias sobre genética. Y es que ambos son muy distintos: Bernat es un fraude como científico y un personaje ideologizado hasta la náusea. No ha conseguido el menor éxito terapéutico con la manipulación de seres humanos pequeños pero ha hecho carrera política, que es de lo que se trataba. Por contra, Garmendia no practicó el cobayismo porque se dio cuenta de que no curaba nada, mientas las células adultas, las que no matan, sí que curan. Y es que el mercado no es como el Gobierno ni como el electorado más o menos manipulado por los medios: el mercado te examina según resultados, no en orden a -que dirían los franceses- el sectarismo ideológico dominante. Por eso, el sectario Bernat insiste en su cobayismo, a pesar de que ya se pueden extraer células madre de cualquier tejido y, sobre todo, del propio paciente, y evitar rechazos. Hoy en día, resulta absolutamente gratuito destrozar embriones, pero Bernat no ha dimitido de su cargo político ni de su condición de prestigioso científico: simplemente, asegura que ahora ya no se pondrán pegas éticas a la utilización de embriones. Increíble pero cierto. Ahora bien, Garmendia también quiere hacer, como Bernat, carrera política, por lo que se ha visto obligada a decir que no tiene nada contra la utilización de embriones. Si lo hiciera, ZP la cesaría de inmediato. Y Cristina es del mismo Sanse. La perla garmendiana ha llegado cuando ha advertido, muy seria ella, que no le gusta que la Iglesia se entrometa en cuestiones científicas, por ejemplo, la utilización de células madres. En boca de una master en dirección de empresas por el IESE, no está nada mal este exclusivismo corporativo, pero la ministerial necedad presenta más aristas... aún. Esto de que sólo los científicos están capacitados para hablar de ciencia, nos lleva a que el colmo del saber generalista, la política, nos obligue a prohibir a los políticos a hablar de materia alguna. También deberíamos prohibir a los científicos ser ministros y hablar en los medios de comunicación, pues, en cuanto científicos, no tienen ni idea de periodismo y no dejan de ser unos advenedizos en la gestión pública. Y no es que a los progres les preocupe la intromisión profesional: simplemente emplean esta tontuna argumental para silenciar a la Iglesia, que es el verdadero objetivo.   Pero hay más: la genética no es un hecho científico, antes que nada, es un hecho. La bobada de doña Cristina Garmendia recuerda aquella explicación de Sheed, sobre el conductor que circula por un camino rural y al que se le solicita atención a los árboles que circundan el camino. Muy corporativo, nuestro profesional replica que él es chófer, no biólogo, y que, por lo tanto, pensaba ignorar a los árboles. Ahora bien, es peligroso ignorar a los árboles. Un árbol, antes que un objeto de estudio para los botánicos, es un hecho, y una conducción que ignora su presencia puede suponer un desastre para botánicos, chóferes y mediopensionistas. Por supuesto que la Iglesia puede y debe hablar de genética, con tantos títulos como la señora ministra de Investigación. Eso por no recordar que existen prestigiosos científicos y genetistas que, miren ustedes por dónde, son católicos. Cristina, hija, no digas pavadas. Eulogio López eulogio@hispanidad.com