Decíamos ayer que Cristóbal Montoro se había convertido en el ministro de Hacienda con más poder de toda la etapa democrática. Ha vuelto a demostrarlo. Ni a la tercera ha conseguido el ministro de Energía, José Manuel Soria, hacer una reforma eléctrica. Al final, se trata de la enésima reforma fiscal del mundo eléctrico, que no es lo mismo.

La Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos Económicos decidió el jueves 11 cuál sería la orientación de la nueva reforma eléctrica que, insisto, nada tiene que ver con el borrador de Industria.

Y es que en la Comisión Delegada para Asuntos Económicos, que sigue presidiendo Mariano Rajoy, el funcionamiento habitual consiste en que el presidente pregunta y Montoro responde. El resto no son más que comparsas. Montoro insiste en sus frases favoritas: "un buen ministro de Hacienda tiene que ser odiado" (por los ciudadanos y por sus propio partido). Y unan esta otra: "Tengo 63 años y a los 65 me jubilo". Algo parecido a: yo hago lo que me da la gana y si no os gusta me largo.

Vamos con su trayectoria. Un éxito y un fracaso. El éxito es el día a día: Montoro está metiendo en cintura al sector público. La reforma de la Administración la están haciendo Sáenz de Santamaría, Pérez Renovales y Álvaro Nadal, pero quede claro que es Montoro quien la aplica en el día a día.

El titular de Hacienda está desmontando el elefantiástico estado de las autonomías sin necesidad de cambiar ni la constitución ni ninguna norma: por la vía del dinero. Controlar el gasto de los todos los entes públicos y les aprieta las clavijas.

Esto es lo bueno. Lo malo es que Montoro ha promovido una política económica que consiste en freírnos a impuestos, especialmente a las clases medias, a su electorado, que es el que saca adelante al país. Vamos, que tiene poco de estadista y mucho de contable. Lo malo es que nadie compensa sus carencias en el largo plazo.

Eulogio López

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