Unos pocos, pero extremadamente rabiosos, cuyas acciones han encontrado justificación y eco en los medios de siempre, han andado estos días muy alterados; más que por la venida del Papa, por la ingente cantidad de jóvenes que desde todas las partes del mundo han respondido a su convocatoria.
Pero estos pocos nos han ofrecido también algo que los católicos debemos agradecerles.
Muchas gracias por ser los causantes del testimonio de paciencia y elegancia cristiana en nuestros hermanos y, sobre todo, hermanas, hacia las que habéis dirigido especialmente vuestra saña. Muchas gracias por producir esas imágenes impagables de monjas y jovencitas como objeto directo de vuestro acoso, recordándonos aquello de «Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa...».
Muchas gracias por el excelso grado de inteligencia y por el tiempo que habéis dedicado a elaborar vuestras ingeniosas pancartas y vuestras sofisticadas y respetuosas consignas. Muchas gracias por vuestros gestos obscenos, por vuestras caras desencajadas al borde del infarto y por manifestarnos vuestro odio de modo tan desinhibido, ayudándonos a comprender (¿memoria histórica?) aquellos tiempos, no tan lejanos, de persecución y muerte a nuestros hermanos.
Muchas gracias también a los que han mirado para otro lado cuando se producían todos esos ataques, y a las autoridades que los han propiciado con sus torpes decisiones. Y ¿cómo no?, gracias también a todos esos enormes intelectuales, presentadores y colaboradores de programas televisivos, que no han dejado escapar ocasión para intentar mofarse del Papa y de los católicos, coreados en sus audaces comentarios por ese público tan libre que llena los platós, dispuestos siempre a jalear lo que les digan.
Gracias a todos vosotros ya tenemos más claro cuál es el respeto por las creencias ajenas y el modelo de sociedad tolerante que, si pudierais, nos impondríais.
Muchas gracias, queridos 'antipapas', porque todo eso nos ha servido para reafirmarnos en nuestra fe y para amar más a la Iglesia y al Papa.
Miguel Ángel Loma Pérez