Los últimos días se ha recogido la información de la muerte de Otto de Habsburgo, el último heredero del imperio austro-húngaro, hijo del emperador Carlos I. En la mayoría de los casos se ofrece un perfil biográfico en el que resalta su realeza y todos los aspectos monárquicos, ahora que hay un boom mediático por las bodas de nobles y príncipes.
Sin embargo, aunque a veces se habla de su labor como eurodiputado y de su ilusión por lograr la Unión Europea, de la que el imperio austro-húngaro fue uno de los iniciadores, solamente se centran en ese aspecto político, pero olvidan otro. Su fe.
Otto de Habsburgo no sólo se convirtió en un diputado europeo de firmes creencias en la Unión del Viejo Continente, sino que era un católico ferviente, y se convirtió en el arquetipo de político cristiano, al que otros muchos siguieron. Su manera de concebir la política se reflejaba en su lucha por trabajar por el interés general de Europa, más que por sus intereses personales, y todo a su vez salpicado por una gran fe.
Andrés Velázquez
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