Nuestra inmigrante es joven y, para su desgracia, en su país de origen, hispano, no dispone del adecuado programa de vacunaciones estandarizadas. En concreto, no se vacuna a las adolescentes contra la rubéola. Así que la Comunidad de Madrid ha decidido, con buen sentido, vacunar a las inmigrantes, y hasta los 40 años, contra la rubéola. Prudente medida dado que los hispanos tienen más amor por la vida que los europeos, mucha más vitalidad y, por tanto, mucho más aprecio por la maternidad.
Una de ellas que es un caso real, y narrado en tiempo real, porque aún no ha terminado- se vacunó contra la rubéola y se quedó embarazada. Por si fuera poco, tuvo un pequeño sangrado, así que cuando acudió al ginecólogo, y éste lo tuvo claro desde el primer momento. Como en las películas de comando : ¡Abortar, abortar! Es sabido que muchos ginecólogos tienden a aplicar la irrefutable norma de Muerto el perro se acabó la rabia. Mano de santo : matas al niño y el niño no sufrirá malformaciones. De hecho no sufrirá ni padecerá nada ni a nadie.
La muchacha volvió a su médico de cabecera, a quien no le sorprendió, pero sí le asombró tan frenética resolución. Que él supiera, la rubéola supone un riesgo para el embarazo, pero todavía no se ha diagnosticado un solo caso, al menos en Madrid, de malformación por la vacuna de la rubéola. La norma es aconsejar a la vacunada no convivir sexualmente durante un mes después de la vacunación.
Así que el médico de siempre, el de familia, el de cabecera, el no especializado, consultó a los servicios de la Consejería de Salud: naturalmente, le dijeron que el riesgo es mínimo, que no se ha producido ningún caso de malformación por quedarse embarazada y vacunarse de rubéola y que un pequeño sangrado no es motivo para abortar sino para guardar el debido reposo. No había razón para abortar ni tan siquiera con la interpretación más laxa en España, la más habitual-de la puñetera ley del aborto.
Ahora volvamos atrás: ¿Qué hacemos con el puñetero tocólogo, especialidad que no creo proceda etimológicamente de tocarle las narices al personal? Para la pobre inmigrante, joven, en un país extraño, tecnológicamente más avanzado que el suyo, la palabra del ginecólogo es palabra de Dios, el médico que le atiende en una tesitura tan sensible para la madre como un embarazo es un gigante omnisciente, cuyas decisiones no se cuestionan. El aborto no puede ser un asesinato, no puede ser un homicidio, cuando el que lo aconseja, casi lo impone, es el obstetra. Y aunque el médico de familia logre convencerla, y espero que lo consiga, de que no existe ningún riesgo y de que no debe abortar, la paciente se pasará el resto de la gestación temblando ante la posibilidad de que su hijo no salga bien. Y eso sin dar pábulo a la coincidencia un mal embarazo- o a que la propia depresión de la madre acabe por afectar realmente a su hijo. En ese caso, el buen médico se convertirá en malo y el homicida en bueno. A fin de cuentas, los abortistas y demás canallas juegan con la misma tautología: Quien dice que va a llover siempre acaba por tener razón.
Claro que nuestro tocólogo es verdugo y es víctima de una sanidad en la que, ya en los libros de texto de las facultades, se define el aborto como un medio contraceptivo más. El corporativismo de la profesión y el miedo escénico a decir lo que uno piensa han forjado este manicomio de la lógica y este matadero de cobardes en el que se ha convertido la ginecología, hoy guiada por el precitado aforismo : muerto el perro se acabó la rabia.
Eulogio López