Es el mismo Chesterton que acudió a su boda armado con una pistola y un vaso de leche. Adquirió la pistola el día del enlace, para proteger a mi mujer de piratas y bandidos y preocupado ante la posibilidad de que la que iba a convertirse en su esposa no comprendiera la iniciativa: Si no me hubiera conocido tan bien, podría haber pensado quién sabe qué barbaridades: que me iba a suicidar, que la iba a matar a ella o, lo peor de todo, que era abstemio.
Naturalmente jamás aprendió a usar el artefacto, pues tenía un arma mucho más letal a la hora de enfrentarse a sus enemigos: su alegría. Alegría de vivir, entusiasmo por la vida, el gozo de la existencia, siempre inmerecida. Chesterton era un gran hombre y no conozco a ningún gran hombre que no se haya dedicado a exprimir la existencia que le ha sido dada, hasta el último segundo.
El inglés no utilizó jamás la pistola adquirida el día de su boda, pero confesaba que sentía una fuerte tendencia a usarla cuando contemplaba al abúlico -hoy se toparía con miles- que aseguraba no encontrarle ningún sentido a la vida, o cuando se daba de bruces con su mellizo, el deprimido para el que la vida no merece la pena. En ese momento, confesaba el hombre de Fleet Street, sentia la necesidad de agarrar su pistola y hacerle un favor.
El agradecimiento constituye la forma más elevada de pensamiento, confesaba, pero hablaba de la gratitud primera, la gratitud por la existencia, por la formidable aventura de haber venido a este mundo, por la inefable gracia de haber nacido.
Eso es la Natividad. Un empresario argentino, de paso por España -adónde de traslada casi todos los meses- me advertía que cada vez que aterriza se da de bruces con una España más triste: Me hospedo siempre en el mismo hotel, y cada vez veo menos personal y peor servicio, aunque los precios se mantienen o aumentan. Pero sobretodo veo eso: caras, o preocupadas, o crispadas. A lo mejor es eso: tristeza, el mejor aliado de Satán, ingratitud por la existencia y consiguiente falta de espíritu de servicio. Esa es la crisis moral que monseñor Antonio Cañizares considera previa, y causal, a la crisis económica.
Los españoles ya no somos esos señores bajitos, morenos y cabreados sino algo peor: nos ha entrado la melancolía.
Y mucho me temo que esta patología del alma afecte a toda Europa y a todo el Occidente satisfecho y aburguesado. La economía occidental necesita recuperar liquidez pero, antes que ninguna otra cosa, necesita recuperar la sonrisa. La civilización occidental, que no es otra cosa que la civilización cristiana necesita un villancico, volver a cantar, pero sin público, no para Operación Triunfo sino para sí mismo.
La tristeza es la variable económica más letal, productora de paro, inflación, y corrupción, todo a un tiempo. Y contra tristeza, Navidad, la fiesta que conmemora la alegría de nacer. Venir a este mundo constituye una maravilla de tal calibre que hasta el mismísimo Dios quiso probarlo.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com.