Sin duda alguna, Nigeria es uno de los países más trascendentales del continente africano. La antigua colonia británica es el país más poblado del joven continente -ya que cuenta con una población que supera los 150 millones de personas- y está previsto que sea una de las nuevas potencias emergentes ya que su crecimiento anual supera el 6% -el Fondo Monetario Internacional ha previsto un crecimiento del 6,6% en este año- con lo que su crecimiento nada tiene que envidiar al de otros países como Brasil, India o China.
No obstante, Nigeria está atenazada por una grave amenaza que está frenando la economía y la inversión en dicho país, que es el fundamentalismo islámico. El mundo se sobrecogía ante la noticia de que el pasado día 26 de agosto, un ataque de insurgentes islámicos a la sede de Naciones Unidas en Abuja -capital del país- causaba más de una veintena de muertos así como cientos de heridos.
No obstante, esta realidad es muy común en un país donde el islamismo es cada vez más fuerte, por un lado a nivel estatal ya que 12 Estados del norte del país -de mayoría musulmana- han adoptado la ley Sharia y por otro lado, a nivel civil, ya que los grupos islámicos perpetran atentados prácticamente a diario contra oficinas gubernamentales y sobre todo contra la comunidad cristiana del país -que supone el 48% de la población- y que es muy vulnerable sobre todo en las zonas del norte del país donde rige la ley islámica y los grupos islamistas gozan de impunidad por parte de las autoridades.
Además, el ascenso del integrismo islámico en el país coincide con una grave crisis política en la nación que ha surgido precisamente por las críticas al presidente Goodluck Jonathan, por su falta de reacción y previsión ante los ataques terroristas, destacando especialmente el del pasado mes de agosto que costó la vida a más de veinte personas.
Gabriel López
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