El riesgo y la seguridad se han convertido en los parámetros que deben guiar la conducta de los padres. Los que permiten desenvolverse a sus hijos con la misma libertad que los niños de antes, son considerados como negligentes o, incluso, dañinos.
"¡Hay que tener valor para que un padre reivindique su derecho a ser negligente!", afirma Knight, director de Generation Youth Issues.
¿Consecuencias de la obsesión por la seguridad? Negativas para los niños, los primeros perjudicados. Lo que más sufre por este régimen totalitario de la seguridad es el desarrollo de las capacidades de los niños. Jugar, imaginar e incluso meterse en problemas contribuye a ese sentido de la aventura que tanto ha ayudado a las sociedades a salir adelante. Una sociedad que pierde la aventura está en peligro. Es un efecto posible que se deriva de un ambiente donde socializar a los niños consiste, sobre todo, "en inculcarles el miedo", dice el sociólogo Frank Furedi.
La obsesión por la seguridad debilita las relaciones sociales. Confiar en que otros adultos -profesores, monitores y vecinos- tratarán bien a nuestros hijos, es un modo de cohesionar la comunidad. Ahora se sospecha de cualquier persona que quiera trabajar con niños. El mensaje es "no te fíes de nadie".
Los padres de antes advertían a sus hijos de que si algún vecino veía que hacían algo malo, podían llamarles la atención. No de forma brusca, pero sí con firmeza cuando se daban cuenta de que se estaban comportando de modo descarado. Pero también sabían que si tenían algún problema, esos vecinos les iban a ayudar.
Clemente Ferrer Roselló
clementeferrer@yahoo.es