Iniciativa, de no se sabe quién, viva imagen de que el siglo XXI, la sociedad de la información, no es el siglo de las conspiraciones -aunque abundan los conspiranoides, cada vez más- sino la de los consensos.

En la era Internet, las ideas-fuerza que mueven a las multitudes surgen de la masa -para bien o para mal- y el líder es el que sabe leer esos epigramas, antes que otros, y se pone a la cabeza de la manifestación.

Una idea-fuerza de la segunda década del siglo XXI consiste en que el planeta se nos está quedando pequeño. Es la vieja tontuna de los años 70, la bomba demográfica: somos demasiados, el hombre es el depredador del planeta, hay que reducir la población mediante la contracepción (hasta lograr el maravilloso paradigma del 'sexo sin concepción y  concepción sin sexo'), se acaba la energía y comienza el calentamiento global, hay que cuidar la biodiversidad, que significa cuidar de toda especie animal y vegetal, incluidas ratas y serpientes, todas menos la especie humana, al parecer enemiga de todas las demás. Dicha idea-fuerza te emplaza para el próximo Apocalipsis. Todo muy alegre.

De ahí surgen ideas tan floridas como la del apagón general para el próximo sábado 26, de 20,30 a 21,30 horas. En todo el planeta.

Aunque se supone que, como siempre, el sector público no apagará las luces por razones de seguridad y el sector empresarial privado no lo hará porque no están para perder clientes. Apagarán las luces los masoquistas particulares obsesionados por sus propios miedos. Yo no apagaré las luces de mi casa porque me parece una chorrada. Este planeta y, sobre todo, porque la inteligencia humana tiene capacidad sobrada para multiplicar los recursos naturales. El hombre no desertiza el planeta. Al contrario, lo fertiliza, con su trabajo.

Está claro que con esta filosofía sadomasoquista nos vamos a deprimir muchísimo. Yo opto por la cosmovisión contraria, que no es otra cosa que el cumplimiento del mandato bíblico: 'Henchid la tierra y sometedla'. Con ello no llegaré a líder, pero eso no me deprimirá.

Porque no es el hombre quien debe ponerse al servicio del planeta sino al revés. El deber del hombre con el medio ambiente consiste en explotarlo todo lo posible y luego redistribuir los recursos artificiales, los producidos gracias a la explotación de los naturales, de una manera justa entre pobres y ricos. Y todo ello con un único límite: que dicha explotación no anule la capacidad generativa de la naturaleza para reproducirse, es decir, para que continúen prestando su servicio a las próximas generaciones. Dicho de otra forma, para que nuestros hijos puedan seguir explotando la tierra y beneficiándose de esa explotación. Al que no hay que explotar es al ser humano, rey y señor del planeta.

Explotemos la naturaleza y distribuyamos con equidad los frutos de dicha explotación, tanto en alimentos como en energía. Disfrute usted esta maravillosa tierra que Dios le ha dado y sea generoso con los demás a la hora de repartir las ganancias de tan planetario negocio. Traducido al consumo de energía: lo que hay que hacer no es ahorrar energía, sino producir más y más barata, al alcance de todos.

Resumiendo: explote pero no esquilme. Esa es la única frontera. Por lo demás, que no le amarguen la existencia.

¿Por qué se ha impuesto esta agonía ecologista? Pues porque el hombre ha dejado de confiar en el Creador de la naturaleza. Confiar, lo que siempre se ha llamado fe. Y como dice el profeta Jeremías, en la lectura del jueves 24: "Maldito quien confía en el hombre y se apoya en los mortales, apartando su corazón del Señor. Será como un matorral en la estepa, que no ve venir la lluvia, pues habita en un árido desierto, en tierra salobre y despoblada". Porque hay que ser tonto para confiar en el hombre, pero aún es más tonto quien, por confiar en el hombre, se vuelve masoquista.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com