A. Alonso ha dicho, al hablar de la futura Ley del Aborto, que "será una reforma que quizá no guste mucho a los obispos".
Pero la norma que necesitamos es una legislación que tiene que garantizar el fundamental derecho a la vida desde el momento de la concepción; eso puede o no tener que ver con el gusto de los obispos. No obstante, los obispos, de acuerdo con la Doctrina Social de la Iglesia, defienden el derecho a la vida de los no nacidos como valor en sí.
Lo mismo que a los obispos les ocurre a millones de personas que, sin ser creyentes, son contrarias a esta brutal y consolidada práctica porque viola los principios más elementales de la Ley Natural.
No puede subsistir una especie que se destruye a sí misma y que acepta en su cultura una lacra de iniquidad como la del aborto. De modo que el señor Alonso no debería preocuparse ni por los gustos de los obispos ni por los de miles de personas de bien, sino por la defensa de esos derechos fundamentales que tienen que distinguir a la humanidad. Es por esos niños no nacidos por los que hay que buscar la mejor de las leyes, la que no permita la matanza consentida y silenciosa de inocentes.
Jesús Martínez Madrid