Es otro tipo de blasfemia, la blasfemia de la racionalidad. Sí, blasfemia, porque la obra más egregia de Dios ha sido el ser racional, esto es, libre, llamado hombre.
Pero no sólo el arte y la ciencia participan de esa teofobia. Toda una serie de alfiles del odio a lo sagrado han conseguido, a principios del siglo XXI, su obra más acabada, apoyados en la ingenuidad de la política norteamericana de George Bush, que ha contribuido, no poco, al choque de civilizaciones. Han conseguido, en pocas palabras, que fe y fanatismo se empleen como sinónimos y que, con una superficialidad impropia hasta de los periodistas, se afirme que el mayor "problema" del mundo actual es la religión, raíz de ese pretendido choque de civilizaciones. Ya nadie se asombra de esa identificación, superposición y amancebamiento entre los conceptos de fe y fanatismo. Y, naturalmente, los teófobos se sienten cualificados, sin el menor rubor, para exponer en público tan sorprendente homologación.
Que no, que no estamos viviendo tiempos de materialismo, ni tan siquiera tiempos de materialismo práctico. El materialismo fue la época del marxismo, que siempre se pretendió científico, y la época del progresismo occidental, que siempre se pavoneó como aristocráticamente agnóstico. El tiempo del marxismo ya pasó, aunque el comunismo político se haya marchado de rositas por la historia y el de la progresía está a punto de fenecer. Marxismo y leninismo se gestaron en el siglo XIX, ambos fueron hijos de la Ilustración dieciochesca y ambos languidecieron en el siglo XX. Languidecieron pero no murieron, dado que la progresía, hoy sesentona, sigue controlando la industria cultural (que es el verdadero poder), por lo que aún domina el discurso cultural imperante y, con él, las costumbres.
Pero lo que asoma en el siglo XXI no es materialismo, es pura teofobia, verdadero odio a Dios. Ni tan siquiera se queda en indiferencia: comienza a ser animadversión. Dios es el enemigo.
Naturalmente, la teofobia comienza con una élite intelectual, con una avanzadilla de blasones que pretende construir un mundo al margen de Dios. Eso siempre ha ocurrido, ciertamente, pero lo que nunca había ocurrido hasta hoy, o al menos no se me ocurre otra época semejante, es que esa élite de teófobos haya logrado generalizar su odio a Cristo. Quizás porque las masas vienen de un materialismo práctico al que se le hace incómodo hasta la mera mención del Creador.
Por decirlo de otro modo: la frase evangélica más a la moda es aquella de "Seréis aborrecidos de todos a causa de mi nombre" (Lc 21, 17), referido a los que se mantienen fieles. Esa teofobia se deja ver en cómo reaccionan algunos ante la mera posibilidad de que pudiera demostrarse, no ya la existencia de Dios, sino la existencia misma de lo numinoso. Es como si un celoso guardián estuviera presto a repeler cualquier peligrosa desviación, que ya se sabe que Dios se cuela por las rendijas.
El arte no es mal chivato acerca de lo que sucede en el mundo. Pues bien, todo aspirante a artista ya no trata de explicar una cosmovisión, una idea del mundo sin Dios. Ese intento terminó con el racionalismo, no ya con el declive del siglo XX, sino antes de la I Guerra Mundial, con el fracaso modernista de explicar el mundo sin Dios y con su impotencia para responder a la pregunta clave: ¿Por qué existe algo? A partir de entonces, todos los 'odiadores' dejaron de ofrecernos alternativas para explicar el universo, pero continuaban dispuestos a negar, con pasión, la cosmovisión que ofrecía el Cristianismo. Se volvieron teófobos. Y así es como la blasfemia se ha convertido en la clave del arte y el periodismo moderno. Si un artista o un pensador (en serio, los articulistas son pensadores) quieren destacar, se dedican a blasfemar. Pura teofobia.
En el arte... y en la ciencia. La disciplina científica de moda, la biogenética, tenía que habernos llevado, de hecho, lleva, a Dios y a lo espiritual. Ahora hemos entendido que la materia está en continuo cambio, que se trocea y es asimilada por otros entes. Sin embargo, los entes no pierden su identidad. Los aminoácidos no pueden explicar por qué un ser, un hombre, que muta continuamente, hasta el punto de que en un lapso de 7 años ni una sola de sus células es la misma que antes, sigue teniendo una identidad, una memoria y un historial. La genética nos habla de un genoma, de una identidad, de la que reconocemos su transmisión, pero no su naturaleza. Del genoma se deduce la libertad humana, sólo que alguien ha tenido que otorgar esa libertad. Es igual: los teófobos hacen malabarismos para cerrarle el paso al concepto de Creador, el único que da una explicación lógica de la existencia. Hoy en día todo el debate científico parece centrado en levantar todas las barreras posibles ante la idea misma de Dios. Es otro tipo de blasfemia: la blasfemia de la irracionalidad.
Y lo malo es que la férrea tiranía intelectual de la teofobia consigue adeptos hasta en las filas de los creyentes. Se percibe en algunos de ellos un verdadero terror a dar pábulo a cualquier teoría que conlleve, aunque sea de forma tan genial, el nombre de Cristo (los otros dioses no importan: el teófobo sabe perfectamente que son falsos, lo sabe con la misma seguridad que los demonios creen en Dios).
Les voy a poner un ejemplo. Fernando García de Cortázar (no digo que sea teófobo) parece haber caído en las redes de esa teofobia. Como en la España actual el marchamo de intelectual orgánico sólo lo otorga un respetable antinacionalismo vasco, Cortázar se nos ha convertido en el historiador del régimen. No deja de ser el mismo historiador que afirmó aquello de "soy jesuíta y creyente practicante", supongo que para recalcar el hecho de que ambas condiciones no resultaban necesariamente incompatibles.
Y así, RTVE le ha financiado su "Memoria de España". Todos sabemos que este es un país viejo, de huesos duros, pero comenzar nuestro recorrido histórico en el Big Bang o gran explosión, quizás resulte exagerado. Nuestra historia, de la que sin duda podemos sentirnos orgullosos, no exige remontarnos tan atrás. Con su duración actual tenemos objeto de estudio más que suficiente.
Pero a lo que estamos, Manuela, que se nos va la tarde. Cortázar ha comenzado la historia de España por el Big Bang, una de las teorías más utilizadas por los teófobos. A fin de cuentas, no olvidemos que el saber humano comenzó por la filosofía (cuando el hombre se miraba a sí mismo) y por la astronomía, cuando elevaban la vista al Cielo. Los teófobos utilizan el Big Bang, no como una teoría de desarrollo de las estrellas y los planetas (discutible, pero digna de ser tenida en cuenta), sino como una teoría de la creación. En otras palabras, los teófobos utilizan el Big Bang para sustituir la figura de Dios. Ahora bien, la suplantación es tan burda que sólo la puede utilizar alguien muy cegado por el odio. Insistimos: la creación del Credo cristiano intenta explica el salto de la nada al ser, el Big Bang sólo explica la conversión de algo muy pequeño en algo inmenso, como el universo conocido.
Lo que llama la atención, y mucho, es que creyentes practicantes caigan en la trampa y secunden las anti-teorías de los teófobos. No es una cuestión de maldad, pero podría serlo de soberana ingenuidad.
En cualquier caso, no se preocupen mucho por los teófobos, de esos que aprovechan el bicentenario de Kant para organizar otra "razia" antitea. Ya se sabe que quien se enfrenta a Cristo está condenado a vivir la frustración de ganar muchas batallas y terminar por perder la guerra. Por decirlo de otro modo: "Olvide el hombre a su Creador o se aleje de su faz, corra detrás de sus ídolos, acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la Oración (Catecismo de la Iglesia Católica, 2.567". A Cristo le cierras la puerta y se cuela por la ventana.
Eulogio López