Yo soy la única persona que le puso el vaso y la mala de la película, pero me da igual. Lo dice Ramona Maneiro, la mujer cómplice de la muerte de Ramón Sampedro, el gallego que se empeñó en suicidarse y que, gracias a la progresía española, se ha convertido en un galán de la gran pantalla. Esto es lo que distingue a un suicida de un eutanásico: el segundo es más molesto, porque necesita cómplices y acaba complicándole la vida a un tercero, en este caso, a Ramona.
Pero, no se la ha complicado del todo, dicho sea de paso, dado que Ramona mintió en su día ante un juez indolente, que no quería pelear contra un sistema informativo empeñado en legalizar la eutanasia, por lo que ha esperado que prescribiera el delito. Ya se sabe, conviene pisarle la cola al león después de muerto, con el delito prescrito.
El diario El País resume así las declaraciones de Ramona (martes 11), mientras le acercaba el vaso de agua con la dosis de cianuro :
-Yo le decía cariño y cosas así.
Pero, miren ustedes por dónde, El Mundo y ABC han cometido una incorrección, y han publicado la frase completa de Ramona:
-Yo le decía, hasta luego cariño, y cosas así.
¿Hasta luego? ¿Hasta cuándo? ¿Hay un luego? ¿Es una traición semiótica o es que no es posible matar la esperanza?
Porque, claro, al final, todo (la vida, el pensamiento y los sentimientos) se reduce a eso, a si hay algo más allá de la muerte o no lo hay.
Luego está lo del dolor. Dice Ramona, la mala de la película, pero que, al parecer, está disfrutando como una loca del estrellato mediático, que al final cree que sufrió. Y lo cree tanto que abandonó la estancia.
El eutanásico Francisco Umbral siempre nos recuerda desde el púlpito literario que los curas nos engañan: que no le tenemos miedo a la muerte, sino al dolor. Pero resulta que no. Nos asusta morir aun cuando no conlleve dolor, aun cuando sea el dolor de la separación. La muerte dulce no existe y la única muerte digna es la muerte esperanzada. Pero, más que morir, nos aterroriza la muerte, el miedo a la nada, la sospecha de que todo se acabará aquí. Y eso también a los desesperados. Nos atrae la nada, sí, pero al mismo tiempo, tenemos miedo a la aniquilación.
Y más de Ramona. Si la eutanasia es la muerte digna, ¿por qué no nos enseñan las imágenes de la muerte de Sampedro? No la ficción de Amenábar (¡Qué vergüenza, la película más vista en España durante 2004!), sino la muerte real, que Ramona, a fin de cuentas hija de la modernidad, grabó para la posteridad. Y son que las imágenes más pornográficas (no, no es una errata) no pudo grabarlas porque no pudo soportarlas. El Imperio de la Muerte siempre actúa igual: si se vieran los abortos no habría abortos, si se viera la muerte de Sampedro no habría eutanasia.
Dice la ministra de Sanidad, Elena Salgado, que la Iglesia Católica ha creado una atmósfera de terror advirtiendo contra la eutanasia y que el Gobierno socialista ha dicho claramente que no tiene intención de regularla. Razón por la cual, el estreno de Mar Adentro contó con la promoción del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y otros seis ministros de la Corona. Y es que Zapatero es como Harry Potter: nadie le quiere pero permanece, triunfa.
Pero hay más: ¿Por qué los políticos invierten más en seguridad que en educación? Porque, como en el chiste, ya son adultos y nunca van a volver a la escuela.
Los magistrados siempre condenan el hurto privado, del que ellos podían ser víctimas, pero tienden a la indulgencia cuando se trata del hurto público o societario, del que ellos no pueden ser víctimas.
¿Por qué los políticos se resisten a legalizar la eutanasia mientras no dejan de ampliar el aborto? Porque ellos ya no volverán a ser ni embriones ni nasciturus, pero sí les podrían asesinar de viejos.
Eulogio López