Sr. Director:
Hoy -tal vez más que nunca- se habla de la necesidad de educar en valores, probablemente porque se constata que están desapareciendo.

 

En mi niñez se recurría al ejemplo del rodrigón que se pone junto a un árbol recién plantado para impedir que éste crezca torcido. Eran tiempos  -a los que hoy alguien nos acerca-  de verdadera escasez incluso de lo más imprescindible. Posteriormente, décadas de crecimiento económico ininterrumpido jamás conocidas, han propiciado la creación de generaciones crecidas en una relativa abundancia, que han generado una educación cada vez más permisiva, más falta de ejercicio del esfuerzo, y más dada a conseguir cualquier capricho con solo abrir la boca.

En nuestra casa del pueblo tenemos algunos árboles, entre ellos varios pinos. Uno de ellos, plantado hace unos 40 años, en un espacio que se riega con cierta regularidad, no ha resistido el viento de 130 km./hora que sopló hace unas semanas, y fue tumbado de raíz. Al parecer, la humedad habitual del terreno impidió que las raíces profundizaran adecuadamente lo que, junto al desarrollo incontrolado de la copa del pino, dio con él en el suelo.

Viendo tumbado a este gigante, he pensado en los jóvenes que crecen sin raíces profundas -sin convicciones- porque lo han tenido todo sin esforzarse, y a los que nadie -ni sus padres- les han enseñado a controlar sus apetencias, a mantener un equilibrio entre sus cimientos y su desarrollo exterior.

Amparo Tos Boix