Estamos en un colegio religioso, concertado, de Madrid. Orden mendicante dedicada a la enseñanza durante los últimos siglos. Alumnos de primero de ESO (por tanto, 12-13 años). El profesor pide que levanten la mano los que sean católicos practicantes. La levantan 3, un 10 por ciento, que dirían en economía. Todos ellos han hecho la primera comunión dos o tres años atrás, en el colegio, claro. Todos ellos, por tanto, han recibido catequesis. Los viejos maestros decían que todo lo que no se enseñe antes de los 12 años, pero, caramba, que a los 13 ya se definan como no practicantes, es decir como chavales que no tienen la menor vida interior (si la tuvieran, dirían lo contrario), bueno, no es para tirar cohetes.
España, en efecto, es tierra de misión, pero a lo mejor resulta que lo es todo Occidente. Y es muy posible que a Benedicto XVI le quede poco tiempo para dar la vuelta a la tortilla, pero al progresismo que tanto le odia también: son ya todos muy viejecitos, y se les va a pasar el arroz. No pueden permitir que el pontífice adquiera prestigio. Y este sabe, al mismo tiempo, que la situación es grave y urgente. Grave porque la generación que ahora es adulta ha mamado el relativismo progre y cría hijos que no rezan porque en casa no ven rezar.
Porque el progresismo detenta aún el poder social, y por eso resulta tan visible. Pero la siguiente generación, sus hijos, no son progres, son algo peor: son desesperanzados. No se rebelan contra la Iglesia, entre otras cosa porque no la conocen. No tienen ni idea de lo que es... aunque aún vayan a un colegio religioso.
Ni que alguna vez el colegio hubiese podido suplantar a la familia.
Eulogio López