Me encanta esta pintada electoral, oriunda de Hispanoamérica. A los dos lados del charco, y me temo que en todo el planeta, la desconfianza hacia la res-pública, y en concreto hacia los políticos, es tan intensa como extensa. Los inteligentes saben que no se puede pasar de política, y algunos creen que tampoco se debe pasar de los políticos, porque es cuando te la juegan.

¿A qué se debe esa desconfianza respecto a los políticos, no de izquierdas o de derechas, sino a todos los políticos?

Las elecciones del domingo son unas primarias. Ayuntamientos y comunidades autónomas –quizás con la excepción de Navarra, que se juega su identidad- son un duelo anticipado del 2008 (o 2007) entre PP y PSOE. Municipios y regiones parecen importar bien poco.

No hay que engañarse: mientras no surjan nuevas opciones políticas apenas habrá lugar para discernir entre unos y otros. Las políticas económicas de PP y PSOE se parecen como dos gotas de agua, al igual que sus "valores", que son esas cosa que antes llamábamos principios o convicciones. Ambas formaciones compiten por ser más feministas, más ecologistas, o más europeístas, o más capitalistas (bueno, le llaman liberalismo). De hecho, la crispación no viene por diferencias de criterio sino por diferencias de estrategias. Zapatero está dispuesto a lo que sea con tal de pasar a la historia como el pacificador de Euskadi. Por tanto, se aproximan al nacionalismo más rabioso. El PP se ve obligado a jugar en el campo contrario, u hace hincapié en la mano dura con el nacionalismo vasco (¿recuerdan lo bien que se llevaban Aznar y Arzallus cuando el primero subió al poder, en 1996, y no tenía claro el apoyo nacionalista catalán?). No es una diferencia de ideas ni de ideología, sólo de estrategia.

Ahora bien, el problema de no creer en nada es que no puedes pedir el apoyo del votante: ¿Apoyar a qué? De ahí que mucho me temo que, o surgen nuevas opciones o las democracias occidentales -una grandeza de la historia- se fosilicen. Es decir, que deben llegar nuevas ideas par a que el pluralismo se convierta en "la descomposición de lo que se corrompe" (Hans Urs von Baltasar).

Así que, mientras esto no cambie, las promesas resultan mucho más divertidas que las realidades.

Eulogio López