Seis y media de la tarde. En el salón de un céntrico hotel madrileño repleto hasta la bandera de lo más granado del poder económico español se esperaba que el presidente de la republica bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, clausurara las jornadas organizadas por las Cámaras de Comercio de Madrid, que mantiene un acuerdo bilateral con sus homólogas venezolanas.

Pero Chávez no estaba ahí. Tenía una agenda apretadísima con el presidente Zapatero, quien aparece sonriente y feliz junto al populista venezolano. Irresponsable Chávez, que dejó plantado al capital español. Pero más irresponsable Zapatero, que no urgió al teniente coronel que no podía dejar plantados a los empresarios españoles. Quizás estaban demasiado ocupados en los juegos florales a los que acostumbran los líderes populistas: "España ha dejado de ser una angustia para convertirse en una esperanza".

Y claro, con tanta poesía, no había espacio para hablar de nimiedades. Que aguardaba Ramón Blanco, consejero delegado de Repsol YPF, la empresa española con mayores inversiones en Venezuela. Que espere. La reacción del público no se hizo esperar: decenas de personas se levantaron indignadas de sus asientos, mientras que el presidente de las Cámaras de Comercio, José Manuel Fernández Norniella, trataba de disculpar el plantón: "A veces es difícil cuadrar las agendas". Sobre todo, si lo que prima es la improvisación y la demagogia.

Lo curioso es que, previamente, Norniella se había referido al clima de estabilidad política que crea un ambiente más próspero para las inversiones. No contento con esto, se refirió a Chávez al que conoció en la oposición y que, en su opinión, "representa el presente para un pueblo que ha oído hablar en demasiadas ocasiones del futuro". Crema al invitado que desaira al anfitrión.

Previamente, el ministro de Producción y Comercio venezolano, Wilmar Castro, había  animado a los asistentes a profundizar en las relaciones económicas con su país. No en vano, las exportaciones españolas a Venezuela cayeron un 50% en 2003 y el crecimiento del 18% experimentado en este ejercicio se debe exclusivamente al alza del precio del crudo. "Queremos que su dinero venga a nuestro país, que se hagan millonarios allá, que nos hagan millonarios a nosotros y que podamos ofrecer a nuestros nietos unos abuelos millonarios", señaló Castro. Toda una declaración de intenciones un tanto incompatibles con el desaire de Chávez. Las formas cuentan.