Con la ley del aborto nos hemos olvidado del otro drama de la vida, el de los embriones humanos sobrantes de la fecundación in vitro (FIV) o congelados o utilizados como cobayas de laboratorio.

Las neveras de crioconservación de nuestros hospitales se han convertido, por trágica ironía, en los modernos Auschwitz. De hecho, cada vez que entro en un hospital con FIV me produce un cierto reconcomio, y unas ciertas arcadas.

En España, las leyes más nazis de Zapatero han sido dos normas bendecidas por el cientifismo, las dos promulgadas por la actual vicepresidenta económica Elena Salgado: Reforma de la FIV y ley de Investigación Biomédica.

Benedicto XVI ha pedido a científicos y políticos que dejen de producir embriones, entre otras cosas porque los seres humanos no pueden fabricarse, sino generarse. He dicho siempre que la FIV es el origen de todos los males, que en España iniciara, no el PSOE, sino el PP, con la inefable cristiana Ana Pastor, ministra de Sanidad.

Ni que decir tiene, que el presunto objetivo de la utilización y masacre de miles de embriones humanos -curar enfermedades- no ha curado ni un resfriado, y que las células madre embrionarias incluso provocan tumores, lo que no ocurre con la utilización terapéutica de células madre adultas, que tienen menos rechazo y no dañan a nadie.

La utilización científica de embriones constituye la más formidable estafa del mundo actual, además de una pandemia homicida de gravísimas proporciones ignorada por la mayoría, soportada por los cobardes enterados y ensalzados por la legión de progres sinvergüenzas obsesionados con el homicidio. Tratemos de no olvidar la tragedia silenciosa del siglo XXI.

Eulogio López

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