En un mundo donde las líneas generales de la política la dictan los mercados y el objetivo número uno son los beneficios meramente económicos a corto plazo, la única manera eficaz que hoy en día tenemos los habitantes de las civilizaciones avanzadas de expresar nuestras ideas y de influir realmente sobre esos verdaderos poderes que imperan y rigen el funcionamiento del planeta, es a través de nuestro consumo selectivo e informado.
La ignorancia o el desconocimiento sobre las actitudes o ideologías de las empresas a las que premiemos con nuestro dinero es tan grave como la que se pueda tener sobre los políticos a los que votemos.
Por lo tanto, cuando buscamos los productos por el simple hecho de ser más baratos, estamos renunciando a nuestro derecho a influir sobre lo que ocurre en nuestro mundo y, de forma más o menos directa, lo que nos acurra a nosotros mismos.
Javier Blasco Sendra