O el demócrata Barack Obama o el republicano Mitt Romney: uno de ellos será el próximo presidente de Estados Unidos, primera potencia mundial, al menos por el momento, pero, sobre todo, campeón de la libertad en el mundo. Esta es la historia de las elecciones más importantes en el país más importante.
Los demócratas en el poder han apelado al sentimentalismo, que es lo que hacen los progres siempre que hablan de libertad. Los republicanos, a la buena gestión del dinero de los demás, que es lo que se presupone a sus candidatos… más o menos.
Vamos con los candidatos. Romney siempre me ha parecido de cartón piedra. Viéndole y escuchándole, con esa sonrisa eléctrica que siempre luce, tengo la permanente sensación de que, en cualquier momento, se va a quitar la máscara y detrás de ella aparecerá un marciano, un enorme lagarto verde, avanzadilla del planeta rojo para la conquista del planeta azul.
Pero dos que duermen en el mismo colchón acaban siendo de la misma condición. Así que su señora Ann, la misma que nos pedía que confiáramos en su esposo Mitt, me produce idéntica sensación. No es sencillo confiar en Romney, por lo de la máscara, aunque siempre hay que prestar atención a los requerimientos de una dama.
Enfrente está Barack Obama. Por el contrario, el candidato demócrata es mucho más trasparente: se ve a través de él y lo que se vislumbra es sencillamente horroroso.
No es difícil definir al actual presidente de los Estados Unidos. Obama es, antes que nada, un chulo. El líder ruso Vladimir Putin advirtió que no toleraría que el señor de la Casa Blanca le pasara el brazo por el hombro, la vulgaridad favorita del presidente norteamericano que no indica cercanía, sino superioridad. Y a Putin no le gusta sentirse inferior. Durante la convención, el propio Clinton se apresuró a anticiparse para evitar el brazo chulesco de Obama.
Pero si Ann se parece a Mitt, Michelle se parece a Barack. Si Obama le pasa el brazo por el hombro al pequeño Sarkozy, Michelle hacía lo propio con Su Graciosa Majestad británica: le pasaba la mano por hombro y cintura para dejar claro que sólo hay una reina en el mundo, y lo es del mundo entero: Michelle. Y resulta, asimismo, de lo más trasparente. ¿Cómo la describen sus biógrafos? Como una mujer con muy mala leche. Pero, insisto, los demócratas apelan al sentimentalismo y somos una sociedad de sentimentales (así nos va). Por eso, en Twitter, el reino de la fama multitudinaria y el pensamiento débil, de 140 caracteres, Michelle arrasó, no ya a Ann, sino también a Mitt.
Pero el pueblo norteamericano tiene la virtud de ser joven y los jóvenes quieren crecer mientras los viejos europeos sólo pretendemos sobrevivir. Lo que distingue a la sociedad estadounidense de la europea, por ejemplo de la española, es que los americanos tienen más hijos.
Constituyen una sociedad vital por lo que las ideas que ofrecen los candidatos son estudiadas con menos prejuicios que aquí. Por eso me inclino decididamente por el lagarto republicano antes que por el chulo Obama. No me gusta el historial de Romney, un millonario del capital riesgo pero aún menos me gusta el sentimentalismo homicida de Obama, prototipo del Nuevo Orden Mundial (NOM) entusiasta del aborto e incapaz de aceptar que siempre haya alguien por encima de uno mismo.
Obama está pervirtiendo Estados Unidos y con Estados Unidos –que marca las pautas, para bien o para mal- al mundo entero. No me fío de Romnney pero sí de los jóvenes republicanos que representan a una nueva generación política, la generación Sarah Palin, que lucha por el post-progresismo, es decir, los que aún creen en principios y no en intereses.