Llevo meses pegándome con las empresas que publicitaban los Objetivos del Milenio. En principio, cualquiera diría que se trata de bellos objetivos, dignos de apoyo. Tiene toda la razón: Joana, la niña-icono de la campaña se merece un mundo mejor. ¿Quién no está a favor de la generalización de los cuidados sanitarios? ¿Y de que no haya hambre en el mundo? Pero hay dos trampas, dos trampas y media porque lo de la salud maternal resulta sospechoso. La primera es la de la Igualdad entre los géneros (objetivo 3), que significa eso que está usted pensando: aborto, contracepción obligatoria y políticas antinatalistas porque el culpable de la pobreza son los pobres y conviene terminar con ellos cuanto antes, a ser posible cuando no se pueden defender: en el seno materno.
Ninguna exageración ni extrapolación. De hecho, observen cómo la princesa Basmia centra la cuestión donde quería centrarla: en la salud reproductiva. Es más, doña Basmia nos informa del gran logro conseguido: reducir la tasa de fecundidad.
Es decir, no se trata de alimentar a los seres humanos sino de reducir el número seres humanos. Todos los maravillosos Objetivos del Milenio tienen ese único fin: somos demasiados. Si no, escuchen a la princesa Basmia de Jordania: lo dice muy clarito, se ve que ya no necesita disimular.
Y cuidado con el punto octavo: Fomentar una asociación mundial. Recuerden que la columna vertebrada del Nuevo Orden Mundial (NOM) es conseguir un Gobierno mundial, un tribunal mundial, un ejército mundial, una policía mundial, una moneda mundial, un pensamiento mundial, homologado, único. Es lógico, el NOM es liberticida y lo mejor para controlar el mundo es un mundo de monopolios. Así, sólo hay que conquistar una plaza... porque sólo hay una plaza.
Eulogio López
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