Una viñeta lo explicaba mucho mejor que yo: aparecen dos chinos arrodillados, a punto de ser ejecutados, y uno le susurra al otro: "¡Qué pena no ser tibetanos!". Realizo la aclaración previa, esas que nunca sirven para nada: está muy requetebién que todo el mundo, en Londres, París, San Francisco y lo que te rondaré, morena, utilice las olimpiadas para solidarizarse con el Tíbet, ocupado por China. Siempre es bueno en un mundo amodorrado que la gente se tome en serio algo, lo que sea, en favor de la libertad y contra la opresión, en este caso contra la mayor tiranía del mundo, la que sojuzga a más seres humanos.

Ahora bien, resulta que los sátrapas de Pekín, los hombres del doble sistema -que aúna lo peor del socialismo y lo peor del capitalismo- machacan a los más de 1.000 millones de ciudadanos chinos con el mismo entusiasmo que a los vecinos del Tíbet. Sin embargo, hasta que no han comenzado la revuelta en el elevado país del Himalaya, todo eran aplausos al régimen chino, a los gatos, que, blancos o negros, cazaban ratones, a un sistema capitalista de libertades mezclado con tiranía siniestra, que ahoga las libertades individuales, empezando por la prohibición de tener más de un hijo y la obligación de abortar al segundo.

Al parecer, todo ello no importaba, ni importa, en Occidente. Ahora, gracias al Tíbet nos hemos dado cuenta del monstruo que habíamos creado y al que tanto alabábamos. Bienvenido sea el Tíbet que ha movilizado a las amodorradas opiniones públicas del Occidente libre, lo que forzará a los políticos a moverse. Ahora bien. No nos olvidamos del 98% de chinos restantes. Son tan humanos como los tibetanos

Eulogio López

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