Ahora bien, resulta que los sátrapas de Pekín, los hombres del doble sistema -que aúna lo peor del socialismo y lo peor del capitalismo- machacan a los más de 1.000 millones de ciudadanos chinos con el mismo entusiasmo que a los vecinos del Tíbet. Sin embargo, hasta que no han comenzado la revuelta en el elevado país del Himalaya, todo eran aplausos al régimen chino, a los gatos, que, blancos o negros, cazaban ratones, a un sistema capitalista de libertades mezclado con tiranía siniestra, que ahoga las libertades individuales, empezando por la prohibición de tener más de un hijo y la obligación de abortar al segundo.
Al parecer, todo ello no importaba, ni importa, en Occidente. Ahora, gracias al Tíbet nos hemos dado cuenta del monstruo que habíamos creado y al que tanto alabábamos. Bienvenido sea el Tíbet que ha movilizado a las amodorradas opiniones públicas del Occidente libre, lo que forzará a los políticos a moverse. Ahora bien. No nos olvidamos del 98% de chinos restantes. Son tan humanos como los tibetanos
Eulogio López
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