He vivido las elecciones desde el extranjero, esto es, con un sabio distanciamiento. Estaba pendiente del móvil, claro, porque como número 2 de la formidable candidatura de Familia y Vida por Madrid, podía verme obligado a regresar a España en cualquier momento. Finalmente FyV no obtuvo dos diputados en Madrid, por lo que pude regresar el martes, adornado con kilos de diálogo y quintales de talante que, supongo, es de lo que uno presume cuando le falta talento. Alejado de la pasión política mi juicio se vuelve ecuánime: ¡Vaya castaña que nos hemos pegado los partidos que defendíamos los principios no-negociables! En definitiva, los cuatro partidos: Familia y Vida, Alternativa Española, Comunión Tradicionalista y Solidaridad Internacionalista. Hagan cálculos: entre los tres partidos (CTC apostaba por el Senado) obtuvieron la mitad de votos que, por ejemplo, el Partido Antitaurino Contra el Maltrato Animal, u otras formaciones igualmente renovadoras. Son las tres formaciones que seguían la famosa nota de la Conferencia Episcopal Española, de cuya lectura podían extraerse varias conclusiones, pero la primera era ésta: Un católico no puede votar al PP. Así que… Ahora sólo me queda una pregunta: Los 11 millones de españoles que pierden todos los domingos 1 hora diaria de su tiempo libre para asistir a algo humanamente tan aburrido como la misa, ¿qué votaron el domingo? Es más, ¿quién votó a partidos de extrema derecha, como Falange, Democracia Nacional o España 2000? En definitiva, en España se consagra el oligopolio. Oligopolio de dos: dos partidos políticos, por ahora cuatro, en breve dos, seguro; dos grandes bancos, y una izquierda que no es izquierda eternamente enfrentada a una derecha que no es derecha. Aquí impera lo políticamente correcto, es decir, la progresía, y frente a esa progresía sólo se queda la Iglesia. Lo que ocurre es que muchos miembros de esa Iglesia consideran que España se regeneraría si ZP abandonara La Moncloa. El hecho de que el resentido que gobierna España salga ahora diciendo que en democracia valen más los votos que los rezos avala la perpetuación de la agonía. Por cierto, la frase es una de esas sentencias -otra de sus ‘grosen chorradem'- o frases que, convenientemente analizadas, expiden un olor a vacío muy propio del personaje. En efecto: lo que vale en democracia son los votos, porque la oración no es política. Otra cosa es que la oración sea omnipotente. ¿Qué ha dicho ZP? Nada. En definitiva, otra tautología tan ofensiva como inodora. Pero admitámoslo: somos un país progre, y lo peor del progresismo es que no cree en nada, que trabaja sobre el solipsismo permanente de reflexionar sobre la propia reflexión, sin llegar jamás a conclusión alguna. En definitiva, la crisis de la política española, aquella que da lugar a que un personaje como José Luis Rodríguez Zapatero se mantenga en el Gobierno consiste en la falta de coherencia. No es normal que 11 millones de españoles vayan a misa los domingos y el 9 de marzo la mayoría de ellos haya votado a los progres de derechas del PP -sólo por fastidiar a ZP- o a los progres de izquierda del PSOE -al no contemplar ninguna contradicción entre su credo y su voto al PSOE- (¿Curioso, no?). España es progre y los españoles no son coherentes. Tanto es así que, cualquiera que quiera comportarse así se arriesga a ser arrojado a los leones. Y, además, estas elecciones han consagrado el oligopolio. A partir de ahí puede suceder cualquier cosa. Eulogio López eulogio@hispanidad.com
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Oligopolio y coherencia
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