En la China con la que hacemos negocios y que pide un lugar entre los grandes de la tierra, ha sido enterrado, en secreto, el obispo Pietro Liu Guandong, bandera de la Iglesia que aún hoy vive en las catacumbas.
Tenía 94 años, de los que pasó más de 25 en prisión, y otros muchos bajo estricta vigilancia policial. Su único delito fue manifestar su plena fidelidad al Papa y rechazar encuadrarse en las organizaciones títere con las que el Gobierno comunista pretende aún controlar a la Iglesia. Uno de los muchos sacerdotes que ordenó, ha recordado a la Agencia Asia News que Mons. Liu jamás aceptó compromiso alguno que pusiera en riesgo la integridad de su fe católica.
Sus fieles no revelaron el día de su muerte y el lugar de su enterramiento porque la policía habría impedido que portara sus insignias episcopales en su sepultura, y no habría permitido que se le reconociera públicamente como pastor. Eso pasa en pleno siglo XXI en un país grande, donde no se respetan los Derechos Humanos, pero con quien nadie quiere enfrentarse. ¿No les parece un caso claro de hipocresía
Jesús Domingo Martínez