El candidato socialista a la presidencia del Gobierno vasco lanzó un guiño al PNV en la noche electoral. Dijo que se ha acabado el tiempo de los frentes, de la bronca y de la exclusión. ¿Eso qué significa? Lo aclara: No renuncio a presentar mi candidatura a la presidencia del gobierno vasco. Posteriormente afirmó que va a hacer todo lo posible por no defraudar la voluntad de cambio expresada en las urnas.
En campaña electoral había afirmado que la manera de visualizar cambio es que el lehendakari fuera no nacionalista. Un mensaje claro: no repetirán el pasado, no apoyarán al PNV a cambio de unas consejerías. También señaló en campaña que no buscaría apoyos de investidura, sino formar gobiernos. En paralelo, Urkullu señaló en un mensaje en euskera que es el momento de la negociación.
Así que caben varios escenarios:
a) El PSE pacte con el PNV para evitar frentes con Patxi López de lehendakari a pesar de ser la segunda fuerza.
b) Que el PSE pacte con el PP -y quizás UPyD- que es lo que verdaderamente generaría cambio. Se trata de la primera vez que el voto constitucionalista suma más que en nacionalista.
Aunque la opción b) parece más razonable, a opción a) tiene más posibilidades. Al PSE le permitiría seguir arrinconando al PP, seguir contando con el PNV a nivel nacional, evitar que el PNV se radicalice regesando a Lizarrra y ofrecer una transición pacífica. Claro que eso puede ser pan para hoy y hambre para mañana. Porque el cambio exigiría echar al PNV del Gobierno vasco, donde ha permanecido desde 1980. Muchos años. Demasiados.
Así que el PSE sigue instalado en la ambigüedad. Una ambigüedad que finalmente puede desembocar en que gobierne en solitario con apoyos en la investidura del PP, que se verá forzada a apoyarle en forma de cheque en blanco. A partir de ahí, acordaría unas cosas con unos y otras con otros en un permanente equilibrio inestable. Como el Gobierno de la nación. Pero sin el partido más votado.