El 5 de enero, vísperas de los Reyes Magos, era miércoles, pero Adolfo Prego, magistrado y responsable del Servicio de Estudios del Tribunal Supremo iba con traje de domingo. Algo muy extraño en él, más amante de la pana y el tweed que de los trajes de diseño, como corresponde a uno de los más conocidos jueces progresistas con los que se adorna la vieja Iberia. Y es que la ocasión lo merecía. Prego almorzaba con Pedro José Ramírez, director de El Mundo, nada menos que en el selectísimo restaurante Jockey, lo mejor de lo mejor de lo mejor en la gastronomía madrileña.
Adolfo Prego es, además de progresista, como creemos haber dicho antes, hermano de Victoria Prego, subdirectora de El Mundo, musa de la Transición, especializada responsable de cantarnos las excelencias de la generación que ahora camina cómodamente hacia los sesenta años de edad y que detenta el poder en la España actual. Prego, Adolfo, no Victoria, es un buen amigo de Pedro José, así como uno de los personajes que más luchó, insistió y peleó para que el llamado Caso Alierta, o presunta utilización de información confidencial por parte de un sobrino del actual presidente de Telefónica, no acabara en las manos de la Audiencia sino del Juzgado que dirige el juez Santiago Torres quien, por pura casualidad, ha intervenido en algunos casos judiciales (por ejemplo, el del ex presidente del Atlético de Madrid, Jesús Gil) que El Mundo, y sólo El Mundo, consideró objeto de primera página. Asimismo, se trata de una coincidencia que dos tribunales decidieran sobreseer el Caso Alierta y que ahora el juez Torres no sólo lo reabra sino que lo amplíe.
Pedro J. Ramírez se ha jactado en la redacción de El Mundo de poseer los tres votos de la Sala del Supremo que reenvió el caso al Juzgado de Torres. Sin duda, una incorrección lingüística, dado que el director de un medio, por lo demás imparcial, no puede poseer los votos de una Sala del Tribunal Supremo.